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Robin Hood sin bosque

La Razón
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Han cambiado los tiempos desde la tercera cruzada. La última parece la de la santa lucha por el medio ambiente y no parece que haya un Ricardo Corazón de León que la encabece, si nos saltamos los turbios negocios de Al Gore. Quizás podría serlo un José María Aznar converso transformado en ardiente salvador del globo recalentado como lo pudiera ser de los ideales del cristianismo. El asunto es enarbolar la espada para impedir que agarren el hacha los taladores.

Aunque esté de moda dar leña, está muy mal visto hacerla. Ya nadie canta a aquellos leñadores bonachones de los cuentos que gritaban con voz viril: «¡Árbol va!» y de vez en cuando salvaban princesas en apuros. Ahora se les considera asesinos de la naturaleza, casi al nivel criminal de los toreros. Y en éstas salta la noticia de que van a vender el bosque de Sherwood al capital privado, con malos augurios de que entren las cuadrillas sierra en mano al grito de: «¡Más madera, es la guerra!». Sin que haya un Robin Hood para defenderlo, ni un pequeño John, ni siquiera una bella Lady Marian para condenar a los invasores. No quedan alegres proscritos, ni un sheriff de Nottingham que los persiga por cazar los venados del usurpador Juan Sin Tierra, enfrentado a este Robin sin bosque.

No creo que se llegue a la aridez temida, ni que haya que resucitar a Errol Flynn para defender la foresta, cuyo destino probable es acabar más de parque temático que como suministro maderero. Sobre todo, cuando el mercado está copado por las explotaciones asiáticas y amazónicas. Más valdría que nos preocupáramos por el abandono de nuestros bosques nacionales, al filo de la degradación y las llamas. Pero sirva también evocar el aroma de los viejos bosques de leyenda, en cuyo corazón late todavía la ilusión de la aventura, aguardando a que una flecha nos afeite el bigote.