Literatura
Hermosa historia
En el año 2004 pasó aquí algo que casi había olvidado. El bueno de Alvite nos decía en su columna que estaba pensando en borrarse del mapa. No nos conocíamos. Estremecida, y sin otros recursos, se me ocurrió dedicarle mi columna llenándosela de querencia y complicidad. Tiempo después, en una serena columna, me hizo una sencilla dedicatoria. Nunca más volvimos a comunicarnos, ni tuvimos oportunidad de conocernos. El otro día vi su nombre en facebook y le pedí amistad. Él me contestó: «Gracias por acordarte de mí. Tu rostro me trae recuerdos de mis comienzos en LA RAZÓN y me reconcilia con el terapéutico entusiasmo de tardía adolescencia que sentí con ocasión de una columna que me dedicaste en un momento de mi vida en el que estaba gravemente deprimido». Sentí una profunda emoción. Pero todavía me faltaba una sorpresa: a los pocos minutos un desconocido para mí escribió debajo de los dos: «Recuerdo perfectamente aquello. Tú, querido José Luis, habías publicado un artículo muy duro en el que decías querer que esa misma mañana Dios te firmara los papeles. Yo, ante mi incredulidad, pensé incluso que era una broma. Al día siguiente, Paloma te escribió unas palabras de ánimo muy emotivas. Todo el mundo pudo ver tu angustia, pero sólo ella tuvo agallas para pasar a la acción públicamente y evitar así que cerraran para siempre el Savoy. Mereció la pena seguir, ¿verdad Alvite? ¡Qué bonito reencuentro, joder!». Yo nunca pensé que aquellas palabras mías hubieran tenido tanto sentido. Pero el testigo lo decía. Debajo de su comentario añadí: «Pues ya nos hemos encontrado los tres». Esta historia es literal. La realidad supera a la ficción. En este caso en hermosura.
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