Hollywood

Parejas para armarla: La ruta suicida de Eastwood y Sondra Locke

Los dos actores convivieron durante trece años. Su separación fue una de las más sonadas en Hollywood. 

Parejas para armarla: La ruta suicida de Eastwood y Sondra Locke
Parejas para armarla: La ruta suicida de Eastwood y Sondra Lockelarazon

El compromiso con una mujer jamás le impidió liarse con otras. A Clint Eastwood, el duro de los setenta y la era Ronald Reagan, le gustaba llamarse «papi» en algunas relaciones que mantuvo con chicas. A «papi» se ve que le gustaban dos clases de muchachas: las dóciles y las fuertes, según apunta su biógrafo, Patrick McGilligan, en una clasificación elegante que evita excluir a nadie para no herir sensibilidades.

 

Sondra Locke poseía ese aspecto tan Mia Farrow que gustaba por entonces; una belleza rígida, sutilmente picassiana, como descompuesta en ángulos y miradas que solía ser tan característico de ese cubismo de Juan Gris y los años veinte, y que después fue perdiendo, porque en esta vida todo se pierde y más esa cosa vaga, imprecisa y momentánea que suele ser la belleza y el atractivo. Irrumpió en su vida en los aledaños de 1976, ese año chungo para la música en que Abba triunfaba con «Dancing Queen» y las radios quemaban el «Children of the World» de los Bee Gees.


Por entonces, la estrella, o sea, Clint, todavía consideraba que la violencia podía ser cine de autor y los tiros, en la meca del cine, se veían como un avance argumental superior al cinemascope y las palabras. Ella venía de una nominación al Oscar por una peli que pocos recuerdan hoy y quedó deslumbrada por la sonrisa picarona que nuestro sargento de hierro siempre reservó para sus compañeras de reparto y esas azafatas de vuelo fáciles de deslumbrar por el famoseo. Aquel amor se fraguó en el tramo cinematográfico más desechable del director. Ella aspiraba a convertirse en musa, en la misma línea pervertida de las rubias de Woody Allen y Alfred Hitchcock. Se quedó en compañera eventual de unos filmes de dudosa calidad con títulos tan desconcertantes como «Duro de pelar» o «Impacto súbito».

 

Eastwood siempre le reservó un papel de prostituta o de mujer traumatizada por los abusos sexuales en un acto de generosidad que hace sospechar de ciertos rasgos de su psicología. «De hecho, en «El fuera de la ley», «Ruta suicida» y «Bronco Billy», Locke era salvada en el último momento de una violación salvaje por «papi», lo que añade morbo a la escena. La cosa duró trece años y, según avanzaba la relación, la actriz aparecía en las películas de su «partener» más pálida y dura. Un augurio de cómo los sentimientos iban mudando en el duro de Clint.

 

Todo terminó abruptamente, como era de esperar en un hombre que convirtió a un orangután y la Magnum 45 en colegas de sus ficciones. Aprovechó una ausencia de Locke para embalar sus cosas y mandárselas con los atentos chicos de la mudanza. Dicen que también cambió las cerraduras de la casa. Luego se pelearon por cosas absurdas, como un teléfono antiguo y así.

El otro lado de Harry

En la pantalla se llamaron de todo. En «Ruta suicida», Locke le dice a Eastwood: «Veo que maltratar a las chicas te excita. Se nota que eres maricón ciento por ciento». Él replicaba: «En una escala del uno al diez, le daría un dos. Y aún creo que soy generoso». Así empezaron y así terminaron. En medio de esa devastación, Clint se había divorciado de su anterior mujer después de 25 años de matrimonio, un par de hijos y unas cuantas aventuras con las chicas del reparto.

 

Para Locke se saldó con dos abortos (la estrella se negó a tener más hijos, aunque luego tuvo alguno más) y una carrera que se quedó sin ningún futuro. Barajó la posibilidad de convertirse en directora y llegó a filmar «Ratboy», entre otras, todas sin demasiada relevancia. Su separación, vía judicial, reveló a una mujer capaz de enfrentarse con los estudios y el hombre de moda, y ganar. Ella fue quien reveló el lado más sucio del actor que encarnó a Harry Calahan.