Huelva

Vivir para contarla

Huelva. Segunda de la Feria de las Colombinas. Se lidiaron toros de Victoriano del Río (1º), de media arrancada; Núñez del Cuvillo (2º), manso y deslucido; Jandilla (3º), gran toro; Juan Pedro Domecq (4º), noble y a menos; El Pilar (5º), con movilidad soltando la cara, difícil y peligroso; y Zalduendo, (6º), complicado y derrotón. Bien presentados, en especial los de José Tomás. Lleno de «No hay billetes». José Tomás, de grosella y oro, pinchazo, estocada (oreja); bajonazo (dos orejas); estocada desprendida (saludos).Morante de la Puebla, de caña y oro, pinchazo, estocada corta, descabello (silencio); estocada (oreja); dos pinchazos, media (saludos).

Vivir para contarla
Vivir para contarlalarazon

19:36 de la tarde. Los alrededores del coso de La Merced hierven. Fuego de gente. Colas interminables. Llega José Tomás, de grosella y oro, se desprende la tragedia y la luz en su cara. No es un rostro cualquiera. Tiene huellas. Acentuadas, marcadas. No deja indiferente a nadie. Inunda, impresiona ante la tiniebla del paseíllo. Minutos más tarde hace lo propio Morante, de oro también y caña. El encuentro. Qué gran encuentro. Cuatro años después, uno después de mirar de frente a la muerte; otro, de La Puebla, con la eterna virtud de dejarnos asomarnos al toreo, soñarlo. En el ruedo hay un duelo de egos y de torería. Se abre el paseíllo. Gloria bendita y palmas por bulerías para sacarlos a saludar. Huelva entregada pero no rendida. Disfrutando del acontecimiento. Victoriano del Río inaugura el festejo. Cada torero vino ayer con sus toros debajo del brazo. Elegidos para este mano a mano. Sin sorteo. Responsabilidad máxima. El de Victoriano del Río rompe por arriba la presentación del toro de Huelva. Bien. Se enfurece el animal en el caballo, cegado, pocos capotes aliviadores. Sólo toro y torero. El momento es de José Tomás. Justo ahí se presiente que la tarde empieza de veras. Chicuelina, ceñida, de embroque inverosímil, sin perder la belleza ni la fogosidad. Los vellos de punta. Emoción. Míticos estatuarios en el centro del ruedo, inmóvil el torero, a punto del sobresalto en el tendido, limpio el trazo. Suave. Medido. Hondo. Profundo sin rodeos, sin cuentos ni medias verdades. Noble el toro pero sin remate. Va para olvidarse a medio camino de su cometido. Afina Tomás, plasticidad, tirar del toro por donde no quiere. Coserle el toreo a esa media arrancada. Y un final de finales, a dos manos, metiéndose al toro por dentro, tres de ellos con la rodilla en tierra y un pinchazo antes de hundir la espada. Impagable la torería para salir de la cara. Dueño del tiempo. Huérfano de aspavientos. Ni cómplice ni amigo. Torero que llena el escenario.


Turno de Morante. Segundo de la tarde. Toro de Cuvillo. Una verónica. Una. Por el izquierdo. Lo sueño sin verlo. Y no más. Manseó el toro. Se defiende con mala clase. Morante ni temerario ni vulgar. Intento de espada pronto.


El Jandilla que salió en tercer lugar fue un regalo para los sentidos en las manos de José Tomás. Palabras mayores, porque mayúsculo es el toreo de hundir las zapatillas, encajar la figura, aposentarse en uno mismo y tirar del toro una y otra vez hasta crear tandas infinitas, perfectas. De poder sin descomponer la figura. De pasarse al toro por la barriga porque no hay otro lugar sobre el que cimentar la profundidad del viaje. Directo al alma. Incapaz de captarlo todo. Llenarse y vaciarse al mismo tiempo. Por el derecho nos emborrachamos de muletazos, etílicos ya cogió la zurda para hacernos creer de nuevo. Más difícil todavía. Más lento. Reduciendo el paso, velocidad de crucero en la embestida. Gran toro que quiso rajarse pero no lo logró. El imán José Tomás lo ató a la muleta, le cosió la embestida, la engrandeció en esas manoletinas de media muleta para el toro, media para él. Difícil ecuación, que tan bien resuelve Tomás. La espada se le fue abajo. Terrible. Emocionalmente habíamos llegado a la cima para no bajarnos. Morante buscó la verónica con el cuarto y por no encontrarla florecieron y de qué manera unas chicuelinas que sólo él es capaz de dar así. Qué personalidad. Embrujó. Presos todos claro. Y después de que pasara el toro de Juan Pedro por el caballo con brevedad, esculpió verónicas inolvidables. Rey y señor. Quedaba más. Quedaba todo hasta que el noble toro perdiera el fuelle. Sorprendente. Injusto. Antes de que eso ocurriera prologó con un cambio de mano de ensueño e hilvanó series de desgarradora entrega; abandonado Morante, encandilados todos. Soberbio por la derecha, profundidad, arrebato. Hondo hasta doler. Heridos ya, por el zurdo perdió celo para no recuperarlo jamás. Ya daba igual.


Encedimos las alarmas del miedo con el quinto de El Pilar. Tenía movilidad el toro, incontrolada, soltando la cara y desarrollando peligro. Más miedo daba Tomás. Impenetrable al miedo. Inquebrantable ante las miradas asesinas. José Tomás en estado puro. Compromiso cien por cien y el corazón a mil. Faena en el abismo. Ojiplático el público. Sin excepción.


El sexto estaba maldito, riesgo en el encuentro, derrote en la barriga, brusco y complicado. Apostó Morante poniendo el orgullo en juego. Hambriento de triunfo aguantó el envite del toro que era echar la moneda al aire en cada viaje. La espada no fue.

La tarde, qué tarde, aquella tarde, admirado Gabo, en la distancia, de vivir para contarla.