Barcelona
De víctimas a verdugos en tres semanas
Las dos principales cabecillas de la red eran mujeres de origen ucraniano y tenían su base en Tenerife.
MADRID- En las redes de trata, las mujeres son las damnificadas. Pero en otros casos también ejercen de verdugos. Así ocurría con una red desarticulada por la Policía Nacional, que obligaba a prostituirse a chicas de Europa del Este. La cabecilla era otra mujer, Alesia Staliarenka, de 33 años, ucraniana y afincada en Tenerife, aunque fue detenida en Castelldefels. Junto a su pareja sentimental, de nacionalidad moldava, supervisaba los prostíbulos y ejercía de enlace con los miembros de la red establecidos en Rusia, encargados de captar a las chicas. Su mano derecha era otra mujer, de origen ucraniano. En la operación, que se llevó a cabo gracias al aviso de la Policía rusa en 2009, se han detenido a once personas, siete de ellas mujeres, que explotaban a diez jóvenes.
La líder actuaba bajo distintos alias y evitaba aparecer en documentos para no dejar pistas. Otros ciudadanos rusos y bielorrusos la ayudaban en la gestión y control de los pisos-prostíbulos. La organización estaba compuesta de un aparato de captación de las mujeres en Rusia; otra rama se encargaba de transportarlas a la isla; y, por último, otro sector las explotaba en los burdeles, que se extendían a Barcelona y Tarragona.
Llaman la atención los métodos ofrecidos a las meretrices para «ascender» en la red. Si demostraban su lealtad, podían ser nombradas «mamis», o encargadas. Así, podían regentar el local sin supervisión y se las enviaba a otras provincias para abrir nuevos negocios. Ellas elegirían un inmueble apto, que solían ser pisos bajos. De hecho, una mujer estaba a punto de poner en marcha un burdel en San Sebastián de los Reyes (Madrid). Otra se disponía a abrir un local en Barcelona.
Las prostitutas permanecían un mínimo de tres semanas en los locales. En ese tiempo, denominado «plaza», la «casa» percibía la mitad de las ganancias, mientras que las meretrices se guardaban el resto. Las condiciones rozaban la esclavitud: vivían hacinadas –podía haber tres durmiendo en un sofá–, sufrían jornadas maratonianas, debían tener una disponibilidad de 24 horas y, además, pagaban un «impuesto» de 10 euros diarios por la manutención y el alojamiento. También se las «multaba» si la red consideraba que incumplían sus normas.
«Mamis» con matones a su servicio
- Las «mamis», o encargadas de los prostíbulos, tenían la responsabilidad de facilitar información a los clientes, negociar servicios sexuales concretos y cobrarles. Asimismo, contaban con «matones» que se ocupaban de la seguridad en los locales.
- Uno de estos «matones» trabajaba en un prostíbulo de Sant Boi de Llobregat (Barcelona). Otro subalterno se encargaba de recoger a las nuevas víctimas en aeropuertos y estaciones.
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