Sevilla

El príncipe Carlos planta a Cayetana por Jesús Mariñas

Curro Romero y Carmen Tello
Curro Romero y Carmen Tellolarazon

Curro Romero ya se va acostumbrando al mutismo observador apoyado en su soporte, Carmen Tello, que no descuida ni un segundo la boda de su hija fijada para el 28 de mayo. Sevilla se echará a la calle, ya que este enlace une a los marqueses de Solís con este excepcional linaje torero. Mientras, Patricia Olmedilla, duquesa de Terranova –que tanto lidió con Jaime Martínez-Bordiú en sus tiempos ennoviados–, se prepara para su segundo alumbramiento. Casi está de cinco meses y conserva simpatía, figura y gracia. Bien lo demostró la otra noche en los premios Telva de belleza, donde Avene volvió a ser recompensada, y las asistentes se llevaron a casa una caja de latón, muy años veinte. Un recuerdo de lo que fue aquel balneario francés que competía con Vichy, Vittel o Amélie les Bains, donde Luis Aguilé celebró su fastuosa boda con la aún doliente Ana.

Me viene también a la memoria Manolo Vicent –de quien recuerdo «Pascua y Naranjas»– y la recreación de Jesús Aguirre, anterior marido de Cayetana y muy íntimo de Pedro, hermano guapo y castigador de Alfonso, su pretendiente, que nada tiene que ver en físico con tal parentela.

Al oír que el príncipe Charles «se muere» por conocer a la Duquesa –una argucia de Tomás Terry, siempre diablo cojuelo, enredador y trincón y que a última hora fichó a Nuria González y Cristina Macaya con sus peluqueras–, no entiendo por qué ese heredero esperó medio siglo para darse tal gustazo de saludar en modo regio a la que Aguirre llamaba «la prima Lilibeth».

Oportunidades tuvo, y Carlos las desaprovechó cuando visitó Sevilla en 1992 para la Expo. Iba bien acompañado de la que entonces parecía feliz Lady Di. Más tarde repitió, impecable bajo su «morning coat» con lirio azul en la solapa, asistiendo al enlace de la Infanta Doña Elena y Marichalar, hoy convertido en cenizas. De ahí que no entienden la prisa que Terry comenta que le ha entrado incluso sin hablar con él.

Algunos aún recuerdan los juegos de Cayetana en Buckingham Palace y que derrochaban una fantasía que no se cuenta en los archivos de los marqueses de Santa Cruz, nuestros embajadores de entonces. Quien sí frecuentaba el palacio era Pitita, la misma que convenció a la princesa Margaret para que visitara Marbella y con la que se fue a su refugio de Moustique, y de eso da fe Julio Ayesa, casi caballero andante de la embajadora filipina en el Reino Unido.