Castilla-La Mancha
Oportunidad perdida
He tenido ocasión de conversar largamente durante dos días en Vitoria con diferentes personas a propósito de los presuntos efectos beneficiosos del pacto PP-PSOE en el País Vasco. La palabra más repetida en todas las conversaciones fue siempre la de «normalidad», en referencia clara al actual ambiente que se ha instalado en la sociedad vasca, similar al existente en cualquier otra comunidad española. La gente habla del paro y la economía, de la sanidad y la educación, de infraestructuras y política internacional, sin el componente de distorsión que supone el debate permanente sobre Eta o la autodeterminación. Lo que quiere decir que algunos problemas existen como tales en la medida en que la clase política los sustenta o no tiene interés alguno en resolverlos.
Por fortuna el acuerdo de Gobierno entre Basagoiti y Patxi López en Euskadi ha servido para eliminar de la agenda política asuntos que no son preferentes para los ciudadanos, tales como el Plan Ibarreche o la independencia. Hasta aquí todo bien. El pacto funciona y se nota en los comentarios de unos y otros. Pero también se percibe últimamente cierta inquietud a cuenta del apoyo del PNV a Zapatero en Cortes. Cada día que pasa se conocen aspectos nuevos de ese arreglo reciente, que parece va mucho más allá de la mera transferencia de competencias. El convenio afecta a insospechados aspectos de la vida política vasca, incluyendo por supuesto la negociación con Eta y el blanqueamiento de Batasuna, la permisividad para que gobierne la lista más votada al menos en Ayuntamientos y Diputaciones, y cuestiones domésticas insospechadas como la TV vasca (EITB) o incluso la reglamentación sobre el vino. Popularmente algunos denominan a la alianza Zapatero-Urkullu «el pacto del txakolí», debido a que los peneuvistas han logrado de Madrid determinados privilegios para el famoso caldo fermentado en relación con otros vinos de regiones limítrofes. Asunto al que no es seguramente ajeno el hecho de que el Consejo Regulador del Txakolí lo presida Asier Arzallus, hijo del que fuera durante años máximo dirigente del Euskadi Buru Batzar.
La cuestión que se suscita, sin embargo, es hasta qué punto Zetapé no está sacrificando algo que funciona bien por mantenerse un año más en el poder. Hay quien dice que el entendimiento con el PP en Euskadi es lo único que ha hecho razonablemente Zapatero durante su ya largo mandato de dos legislaturas. Dinamitarlo de manera tan pueril parece una grave irresponsabilidad, pero a nadie se le escapa que Zeta es capaz de ello si es necesario para su supervivencia política.
Cuestión distinta es el juicio que uno puede tener sobre el papel jugado por Patxi López durante esta crisis. En mi opinión, el «lehendakari» está perdiendo una magnífica oportunidad para hacerse visible ante todos los vascos como un presidente con carácter que no se deja vapulear ni puentear. Así lo hicieron siempre personajes como José Bono o Francisco Vázquez con el resultado conocido de que arrollaban sistemáticamente en sus desafíos electorales, pese a que concurrían en unas circunscripciones teóricamente de derechas, como son Galicia y Castilla-La Mancha. López debería hacer lo mismo, a mi modesto entender. Eso le consolidaría ante los ciudadanos de Euskadi como un presidente fuerte, que no se deja arrinconar. No lo ha hecho y su imagen se empieza a resentir. Lo cual es una pena.
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