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Marca España por Cástor Díaz Barrado

La Razón
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La reciente visita del presidente del Gobierno a Nueva York, a la sede de las Naciones Unidas, tenía, entre otras finalidades, potenciar y difundir la Marca España. El Ministerio español de Asuntos Exteriores ha considerado, con acierto, que en tiempos de crisis es conveniente y útil ofrecer una imagen de nuestro país que no aleje a los inversores y que, además, le haga sumamente atractivo, en diversas dimensiones, para el resto del mundo. La intención es buena, pero lograrlo resultará muy difícil. Desde la transición a la democracia, España y los españoles hemos vivido, con seguridad, una de las mejores épocas de nuestra historia, demostrando una gran capacidad de modernización y una decidida voluntad de insertarnos con plenitud en la escena internacional. Lo logrado a lo largo de los últimos años ha proyectado al mundo la imagen de una España democrática, tolerante, emprendedora y de un país muy grato para vivir. No es posible que todo desaparezca, de la noche a la mañana, por el advenimiento de esta crisis económica, profunda e intensa, pero no permanente y, sobre todo, que debe resolverse en el marco europeo, algo con lo que nunca contamos, de manera decida, a lo largo de nuestra historia pasada. La Marca España no debe ser sólo un nombre ni tampoco la expresión de una imagen que no se corresponda con la realidad. Tarde o temprano, los demás Estados verán aquello que realmente sucede en nuestro país y no sólo lo que algunos medios de comunicación vayan transmitiendo para bien o para mal. La imagen de España en el exterior sólo es posible construirla sobre la base de una España fuerte en el interior y solvente en sus decisiones nacionales. Nuestros políticos de ahora están perdiendo la oportunidad para lograr que España sea considerada un Estado relevante en el concierto internacional, son incapaces de alcanzar acuerdos y, sobre todo, de favorecer un gran pacto de Estado que ponga de manifiesto que seguimos siendo capaces de causar, incluso admiración, en muchas cuestiones, en el resto del mundo. La imagen de España no se deteriora en el exterior, sino que se está desdibujando en las políticas internas y en los comportamientos políticos cotidianos. Aunque la tarea de restaurar nuestra imagen no es sólo de quienes ostentan el poder o ejercen las funciones de oposición sino que debe ser asumida, con ilusión, de forma colectiva por el conjunto de los españoles, sí corresponde a los políticos articular los componentes de una positiva imagen de España. Ahora, el tiempo corre en contra de los intereses españoles y, por eso, hay que cambiar, cuanto antes, el discurrir de ese tiempo.