Valencia

De la charanga al botellón por J A Gundín

La Razón
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El macrobotellón es la versión digital de la España de charanga y pandereta, la misma expresión aborregada de un país resignado a su suerte de mediocridad. Rara es la ciudad, ya sea grande o de medio pelo, que no amanezca un viernes sembrada de cascos de litrona, vasos de plástico y orines amazónicos. O sea, en olor de multitudes. Es el glorioso rastro de una generación llamada a conquistar el mundo, pero que se ha extraviado al cruzar la calle. Todos tenemos derecho a la diversión, pero antes hay que ganárselo con trabajo, esfuerzo y honradez. El espectáculo de anteayer en Valencia, en cuyo puerto se concentraron unos diez mil universitarios para beber al grito de «Lléname el vaso que tengo falta de liquidez», ofrece la medida aproximada de la Universidad española, campus de soledad, mustio collado. El precio de la entrada era de 20 euros, que daba derecho a medio litro de cerveza y un cucurucho de arroz, pitanza a todas luces escasa para cruzar la tarde-noche a ritmo de tecno, pop-rock y karaoke. No obstante, el gasto medio por cabeza, según cálculo de los organizadores, no bajaría de los cincuenta euros. Lo que ganan al día millones de trabajadores que con suerte tienen empleo.

Lo peor, sin embargo, fue la justificación que dieron algunos de los presuntos estudiantes: «Tenemos derecho a pasarlo bien ahora que va a ver un tasazo». Nótese la calidad creativa del neologismo «tasazo», recurso ingenioso con aire onomatopéyico para describrir la subida en un 10% de las tasas universitarias. Dado que cada matrícula le cuesta al erario público unos seis mil euros, de los que el alumno sólo paga una sexta parte, se concluye que el «tasazo» supondrá un aumento de cien euros, que naturalmente pagará el padre de la criatura. Ese es el precio de dos macrobotellones. ¡Qué recorte más injusto de los derechos estudiantiles! ¡Es inadmisible que miles de universitarios se queden en la cuneta y pierdan dos botellones al año a causa del «tasazo» de Rajoy! ¿No me digan que no es para indignarse e incendiar las calles?... País éste de charanga y pandereta que pese a arrastrar cinco millones y medio de parados, de los cuales un millón tiene menos de 30 años, autoriza macrobotellones como el de Valencia sin reparar en su obscenidad y en el insulto que supone para quienes 50 euros es último salvavidas de su dignidad. No es cosa de sopesar si es mucho o poco dinero, tampoco de estigmatizar a voleo al estudiantado, sino de revindicar la ética, y también la estética, en tiempos de penuria y tribulación. El ayuntamiento valenciano no debió autorizar el macrobotellón no sólo por respeto a los vecinos, sino por respeto a sí mismo y a una comunidad que está en quiebra.