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Miedo a que Libia sea «Irak 2»

EE UU ve «destellos» de Al Qaida entre los rebeldes. Las cancillerías occidentales dudan del poder del CNT para instaurar una democracia

Ocho años separan la caída de Sadam (izquierda) y la de Gadafi (derecha). Pero, sobre el terreno, no hay tantas diferencias. Al júbilo desatado en Bagdad tras la derrota del sátrapa siguieron el caos y el cruel terrorismo de Al Qaida. Algo que nadie quier
Ocho años separan la caída de Sadam (izquierda) y la de Gadafi (derecha). Pero, sobre el terreno, no hay tantas diferencias. Al júbilo desatado en Bagdad tras la derrota del sátrapa siguieron el caos y el cruel terrorismo de Al Qaida. Algo que nadie quierlarazon

Madrid- ¿Quiénes son los rebeldes? Esta pregunta suena una y otra vez desde que hace seis meses estalló la revuelta libia. Con el régimen de Gadafi desmoronado, dirigentes de países occidentales, diplomáticos y analistas vuelven a plantear la misma cuestión. Y la respuesta suele ser la misma: el bando opositor no es homogéneo, sino una amalgama de intereses unidos sólo por un mismo objetivo: derribar al dictador.

En sus filas acoge a dirigentes y soldados gadafistas que abandonaron al régimen, combatientes islamistas que lucharon en Afganistán contra EE UU y jóvenes profesionales. En el Consejo Nacional de Transición (CNT), el órgano político que representa la revolución, están incluidos representantes de las tribus más importantes del país, lo que explicaría el éxito interno de la revuelta. El éxito militar hay que atribuírselo a los bombardeos de la OTAN.

La cuestión no sólo es la amplia diversidad de intereses que hay entre los revolucionarios –un alto mando del Ejército de EE UU dijo en el Senado hace pocas semanas que entre los rebeldes se han detectado «destellos» de Al Qaida–, sino las divisiones internas y el grado de autonomía con el que actúan algunas de las milicias organizadas dentro de él.

Todo ello ha suscitado no pocas dudas acerca de la capacidad del CNT para instaurar una democracia en Libia tras 42 años de tiranía. Uno de los capítulos más misteriosos fue el asesinato aún no aclarado del jefe militar de los revolucionarios, Abdul Fattah Younes, a manos presuntamente de rebeldes, en venganza por su papel de torturador de islamistas cuando estaba al lado de Gadafi. El último patinazo fue la vitoreada detención de Saif al Islam, el «delfín» de Gadafi, que sin embargo apareció horas después en libertad, arrojando así más desconfianza sobre los rebeldes.

Los primeros combatientes que llegaron a Trípoli lo hicieron desde las montañas del oeste y constituyen una facción alejada de la oposición instalada en Bengasi. En estos meses, los del oeste se han sentido marginados por la capital rebelde, la facción de Bengasi, cuando Occidente comenzó a descongelar fondos de Gadafi en el extranjero, según publicó «International Herald Tribune», que tituló esta semana en primera página «La nueva amenaza de los rebeldes: ellos mismos». Ambas facciones son distintas a la de Misrata, la más castigada por Gadafi en un cerco que duró meses.

Los analistas creen que la transición tutelada por Occidente evitará los errores cometidos en Irak. Libia no conoce la democracia. Sin embargo, los dirigentes rebeldes se han ganado la confianza de los aliados más gracias a promesas que a méritos. Al frente del CNT está Abdel Jalil. Tras entrevistarse con Hillary Clinton, un funcionario dijo de él: «No es perfecto, pero nos causó buena impresión». No es una mala definición de la revolución libia.


El yihadista que gobierna en Trípoli
Bien conocido por los servicios secretos occidentales, Abdelhakim Belhaj es el claro ejemplo de por qué los expertos miran con recelo hacia el campo rebelde. El actual gobernador militar de Trípoli era, no hace mucho, un destacado yihadista vinculado a Al Qaida. Él fue uno de los fundadores del Grupo Islámico Combatiente libio (conocido como el GIC). Detenido por la CIA en 2003, estuvo preso en las cárceles de Gadafi hasta que, al menos oficialmente, renunció a la guerra santa.


DOS DICTADURAS
La lección de Irak
Ocho años separan la caída de Sadam y la de Gadafi. Pero, sobre el terreno, no hay tantas diferencias. Al júbilo desatado en Bagdad tras la derrota del sátrapa siguieron el caos y el cruel terrorismo de Al Qaida. Algo que nadie quiere repetir en Libia.