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La Razón
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Estaba yo ayudando a mi adorable sobrina con sus deberes. «Tita, ¿tú sabes qué acabó con la Ruta de la Seda?», me preguntó la niña. «Déjame pensar. ¿El poliéster…?», respondí, tan rauda como taimada. Luego recapacité un poco: «Te puedo decir qué acabó con la Ruta del Bakalao. Y, en todo caso, ¿qué pregunta es ésa?, ¿qué clase de maestra tienes tú?», inquirí mosqueada. «Una maestra muy guapa. Es gallega», adujo el pequeño espécimen. «¡Sí, claro!, ¡gallega, como si eso fuera una excusa! Yo creía que en el colegio se limitaban a pedirte el habitual resumen semanal de Gran Hermano…»

En ésas entró una miembra de mi pequeña familia disfuncional y me comunicó la noticia con la pertinente cara de circunstancias: «Que ZP ha montado una ‘‘kermesse'' ministerial y les ha dado portante a algunos ministros y van a jurar el cargo otros». La miré con el alma en vilo. Ya me veía a mí misma hablándole a la ciudadanía desde un balcón del Palacio de La Moncloa. Bueno, aunque la ciudadanía fuese solamente el personal del servicio; jardineros, camareros y así, la ciudadanía que tenga acceso al recinto: «El viejo pueblo que somos ha vivido lo bastante para saber que es un paladín que no decepcionó nunca a los hombres que luchan por la libertad». Lo diría en francés, como De Gaulle. Causaría impacto en los medios de comunicación fachas. Tuve una incontrolada reacción de ansiedad, pero logré reponerme porque no tenía otra cosa que hacer. Suspiré hondo y pregunté, con los ojos cerrados: «¿Qué cartera me ha tocado?». Porque en las «kermesses» siempre hay rifas. «¿A ti?, ninguna», me respondió la otra. «No puede ser. ¡Pero si estoy adobada y dispuesta para el cargo desde hace seis años! Si tengo la muda de perlé lista y almidonada para el día del juramento, que por cierto no he dejado de ensayar ni una sola tarde. ¡Me habría dado tiempo a prepararme unas oposiciones en vez de estar encerrada en casa, a pie de teléfono, más de un lustro!», casi lloré. «Estás al lado del teléfono porque quieres. Hoy en día existen los móviles que, por si no lo sabías, no tienen el inconveniente de estar clavados a una pared como tú», me replicaron con crueldad. Está visto que la ingratitud es el precio que pagamos las ministras vocacionales a cambio de nuestra devoción incondicional al líder. Ya sé que para ZP los ministros sólo son ministriles, decorativos alguacilillos, pero aun así la ilusión de mi vida era ser ministra y luego, cuando ya pudiera cobrar mi pensión, montar una fundación para regalarles Blackberrys a los pobres demostrando así mi solidaridad a la par que mi conocimiento en cuestión de adelantos tecnológicos (toma).

Miré a mi pequeña familia disfuncional con los ojos tan relucientes que mi sobrina me preguntó si me había bebido el bote de brillantina. «No, criatura. Son las lágrimas de mi desengaño», respondí entre repullos, «con lo que gusta un cargo, oyes, y lo poco que dura la ilusión»…