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Periodistas
El barman del café en el que a veces leo la prensa por la mañana me comentó hace algunos días que su experiencia como lector de periódicos le permitía asegurar que, por culpa de la decreciente calidad del producto informativo, para ser periodista se necesita seguramente menos sagacidad que para leer algunos diarios. Aunque no dije nada, admito que tuve la tentación de sincerarme con él y reconocer mi personal decepción por el progresivo descrédito de una profesión que a veces parece haber abandonado la calle, el viejo caladero de las noticias, el lugar sagrado de la información en el que los periodistas hemos ido perdiendo presencia. No soy un técnico experto en la materia, carezco de metodología científica para el análisis sesudo del problema y tampoco soy un teórico de la comunicación, ni falta que me hace. Al final, el periodismo se reduce a mirar, escuchar y, por supuesto, contarlo. Por mucho que les incomode a los puristas universitarios del oficio, las diferencias más sensibles entre el periodismo y la peluquería son la retribución del trabajo, el estilo al silbar y que el peluquero enjuaga las manos sin necesidad de haber meado. A los pocos días de empezar en este trabajo, un veterano redactor jefe capaz de cerrarle los ojos a la muerte me dijo cuatro cosas que me dejaron claro de qué diablos se trataba el oficio: «No te hagas ilusiones. Esto no es como en el cine, hijo. Todas las rubias que te salgan al paso serán en realidad morenas y no podrás pagarte una fulana limpia si antes no consigues que te preste ella misma el dinero. Cuando lleves muchos años en el oficio te darás cuenta de que la fama no es en absoluto lo mismo que el prestigio y un día que te sientas derrotado te preguntarás de madrugada si realmente valió la pena la desgracia de no haber arropado nunca a tus hijos. En cuanto a dinero, tampoco te llames a engaño: cobrarás lo justo para desempeñar el sueldo del mes anterior».
No es mi intención desanimar a quienes aspiran a ser periodistas. Si ése es su deseo, adelante. Pero no estará de más que sepan que a ellos les incumbirá cambiar las cosas para que el suyo sea de nuevo un oficio en el que la conciencia tranquila suele coincidir con los bolsillos vacíos. Y tampoco estaría de más que comprendiesen que la realidad es eso que a veces desmienten con sus errores los periódicos. Puede que a algunos colegas les suene feo, pero personalmente creo que muchos estudiantes de periodismo mejorarían su formación si una parte del tiempo que dedican a sus asignaturas lo empleasen en hablar más a menudo con su peluquero.
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