Historia

Blogs

Amin Maalouf: «Vamos hacia la violencia»

«Soy un extranjero y lo seré siempre», confiesa el escritor, una de las plumas más reconocidas de la literatura árabe, en un perfecto francés, el idioma de su país adoptivo desde hace más de treinta años. El premio le une un poco más a España 

Cerca de España. Feliz, honrado y sorprendido. Así se mostró ayer Maalouf tras conocer la noticia del galardón
Cerca de España. Feliz, honrado y sorprendido. Así se mostró ayer Maalouf tras conocer la noticia del galardónlarazon

A Amin Maalouf, el galardón le ha sorprendido con las maletas preparadas. A punto de dejar su residencia parisina para encerrarse, como acostumbra cada vez que cocina una obra, en su dorada prisión de la isla de Yeu, en el litoral atlántico galo. «Un refugio del que ya no saldré hasta el mes de octubre para ir a Oviedo a recoger este galardón». Un premio que a este autor libanés (Beirut, 1949) afincado en Francia desde 1976 le satisface particularmente porque, con España, confiesa a LA RAZÓN, «tengo desde que comencé a escribir un lazo muy especial». -De hecho, «León el Africano», el protagonista de su primera novela nace en España…-Así es. Siempre me he sentido atraído por la historia de su país y por un período muy concreto, la época medieval. Un momento fecundo en el que convivían, no sin tensiones, es verdad, pero lo hicieron durante siglos, cristianos, judíos y musulmanes. Para mí ha sido una fuente de inspiración y sigue siéndolo porque si algo me hubiera gustado cuando veo la transformación política y social que ha vivido España, el milagro operado en los últimos treinta años, es que mi país natal, Líbano, hubiera seguido ese camino.-El galardón premia su incansable voluntad de tender puentes entre culturas, entre Oriente y Occidente, pero, ¿no tiene la impresión de que cada vez la brecha es más grande?-Creo que sí. Y por eso todos aquellos que tratamos de tender puentes tenemos hoy una cierta sensación de fracaso. Siempre pensé que las cosas transcurrirían mucho mejor, pero, al contrario, las tensiones aumentan, hay más incomprensión entre la gente que hace treinta o cuarenta años. Vivimos una regresión. Es verdad que la coexistencia entre culturas diferentes resulta siempre complicada, no se puede tomar a la ligera. Y cierto es también que nunca ha sido fácil, pero lo peor es que cada vez va a ser más difícil. Estamos en un siglo, el XXI, dominado por las identidades. Es algo que siempre nos va a acompañar y que ha de servir para enriquecernos y no para excluir.-Su obra tiene como telón de fondo ese crisol cultural que es el Mediterráneo, ¿confía en que algún día sea un espacio de convivencia pacífico?-¿Si tengo esperanza? Sí, pero no vamos por el buen camino, sino en sentido contrario. Hoy existe un muro en el Mediterráneo tan peligroso como el que había entre las dos Europas. En el mundo mactual, es el más alto y difícil de franquear. Y no sólo me refiero a la separación entre Occidente y el mundo musulmán, sino entre el mundo desarrollado y otro que no está en vías de desarrollo, sino sumido en la desesperación. El Mediterráneo es un lugar lleno de fronteras, es decir, un lugar de encuentros y de enfrentamientos. -Resultan paradójicas tantas distancias en un mundo cada vez más global… -Es paradójico y comprensible al mismo tiempo. Todo el mundo tiene la sensación de que su cultura es objeto de desafíos, y es cierto. Incluso las más potentes se sienten amenazadas por lo que ocurre en nuestro entorno, y ello crea tensiones. Todos estamos convencidos de ser una minoría, tenemos la impresión de que nuestra cultura está amenazada. Se trata de una consecuencia de la globalización. Y aunque, teóricamente, debería haber un acercamiento, precisamente porque tenemos acceso a otras culturas, la primera reacción es de desconfianza. Y no sólo entre culturas muy diferentes, también entre aquellas más próximas. Un ejemplo es la integración europea, que quizá debiera hacerse de manera simple y serena pero donde hay fricciones reales. Eso sí, sin violencia. -No hace mucho describía a Europa como un «laboratorio prodigioso», capaz de producir nuevos modelos. ¿Sigue pensando lo mismo después de ver las fisuras aparecidas con la crisis?-Sigo creyendo plenamente en la experiencia europea como gran experiencia piloto en el mundo de hoy y sin duda la que mejor puede contribuir a encontrar soluciones. Pero me preocupa a lo que estamos asistiendo últimamente. Cada vez hay más gente en Europa que se siente incómoda. Algunas reacciones a la crisis griega así lo han demostrado. Esta claro que hay algo que no funciona bien. -¿Dónde radica el fallo?-Todos los socios de la UE son países democráticos; sin embargo, el funcionamiento de las instituciones no lo es. El Parlamento no tiene las prerrogativas necesarias, la población no tiene la impresión de elegir realmente a sus representantes, la Comisión debería ser un Gobierno europeo y no lo es… algo falla. Yo lo asumo, soy federalista y apuesto por unos Estados Unidos de Europa con una autoridad central elegida por el pueblo y en donde los Estados posean prerrogativas más importantes que EE UU. No podemos seguir con una economía común y políticas distintas. Europa tiene un gran desafío: o avanza de verdad, o todo lo conseguido peligra.-Su último ensayo, «El desajuste del mundo», es bastante pesimista, pero usted ha negado ser un autor catastrofista.-El mundo va mal, estoy convencido. Existe un problema de orientación, de saber a dónde vamos y qué queremos construir. A todos los niveles: económico, financiero, de convivencia… No creo, sin embargo, ser fatalista. Yo busco soluciones, no pienso que todo esté perdido, y tampoco que «lo peor sea ya inevitable». Sin embargo, lo que ocurre en Europa, que debería ser un lugar de esperanza y no lo es, me preocupa. Ahí están los problemas de integración en Francia o Países Bajos, que reflejan que las relaciones entre Occidente y el mundo árabe son detestables. Y yo, que tengo un pie en cada uno de ellos, lo veo cada día. No vamos hacia una solución, sino hacia una mayor desconfianza y violencia. Por eso, muchas veces me he venido abajo, vencido por el desánimo, pero uno no puede conformarse con decir que las cosas van mal. Hay que actuar.-¿Qué le sugieren debates como el del velo islámico o el burka en Francia y España?-Son cuestiones importantes; no obstante, el problema es que estos debates se utilizan políticamente, y con demasiada frecuencia, para ganar votos. En Francia lo hemos visto con la identidad nacional. Si se plantean con prejuicios e ideas preconcebidas acaban por agravar las relaciones entre comunidades de una sociedad. Lo mismo respecto al burka o el velo. Están bien si se desarrollan en un clima sereno y de respeto, pero si se hace con desconfianza hacia la cultura ajena, cualquier crítica se entiende como ataque. Por eso, en un clima tan insano yo he preferido no pronunciarme.

 

La isla de YeuAmin Maalouf lo reconoce. De todos los libros que ha presentado en su vida, el que más le ha hecho ilusión fue uno: el de cocina libanesa que escribió su mujer, Andreé Maalouf, con la que lleva años casado. El escritor, retrato del autor tranquilo, vive desde hace más de treinta en Francia, en París. Pero cuando llega el momento de concentrarse en la escritura opta por hacer las maletas y retirarse a la Isla de Yeu, en Bretaña, un terreno en el canal de la Mancha, justo entre el país galo y Gran Bretaña. Justamente ahí se ha ido ahora para comenzar un nuevo libro del que no ha comentado nada, salvo que será un retrato de su generación. Hombre afable, amante de los animales –tiene un gato desde hace más de 18 años– Maalouf también es un gran amante de la ópera. Ha escrito los libretos «Adriana Mater», situado en un país ficticio del siglo XX, y «El amor de lejos», cuya música firmó Kaija Saariaho.