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Amor a la italiana

Federico Moccia repite fórmula romántica en «Perdona pero quiero casarme contigo»

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Federico Moccia ha convertido en símbolo del amor un objeto de tan dudoso gusto como el candado. Sobre todo, el candado normal (porque todos coincidirán en que existen muchas clases de ellos y no es cuestión de ofender a los ferreteros). Pero el auténtico, el verdadero, el de Moccia, vamos, es el candado usual, el corriente, el que se utiliza para evitar que el mangui no te levante la bici en la calle o cerrar la maleta cuando se factura en el aeropuerto. Gracias a él, los empleados de los ayuntamientos tienen ahora una tarea más: limpiar los puentes de candados. Con sus novelas y películas, Moccia, aparte de ganar popularidad y dinero –ha arrasado en las librerías y promete seguir haciéndolo con cada nuevo episodio de la saga que ve la luz–, ha logrado que los adolescentes de la vieja Europa confundan el romanticismo con la melaza y el confeti.


Miedo al compromiso
Para que el fenómeno no decaiga ha dirigido su segundo filme: «Perdona pero quiero casarme contigo», una cinta con la velocidad típica de las comedias italianas. Al frente del reparto, Raoul Bova, que no es Marcello Mastroianni, pero es resultón y gusta mucho; y Michela Quattrociocche, que para nada es Sophia Loren. El resultado, un enredo sobre una veinteañera y unos treinteañeros y los miedos al compromiso del matrimonio. «En la vida están el trabajo, la amistad, los deseos, la familia, pero el elemento que hace que todo eso ser perfecto es el amor. Sin él, el éxito y la riqueza no tienen sentido, que es una de las cosas que intento contar en mi película», asegua el realizador. Moccia excusa el salto de edad entre los dos protagonistas con argumentos extraídos de la propia realidad: «En Italia, las chicas en la década de los veinte años ya han tenido muchas responsabilidades en casa. La sociedad les ha condicionado para que asuman tan jóvenes más obligaciones que los hombres. Ellos maduran mucho después. A los 35 o 38 años todavía son muy infantiles, mientras que ellas a esa edad resultan ya bastante maduras. La mujer, desde luego, es mejor en muchos aspectos a los chicos», bromea el novelista, guionista y director.

El eje de la película es el matrimonio, las partes que entran en juego, las tensiones de las amistades, con sus consejos, advertencias y otros decires, y las dificultades intrínsecas que giran a su alrededor. «Es difícil encontrar el equilibrio y la inteligencia suficientes para renunciar a unas cosas y construir algo en común. Hay que luchar para encontrar esa ilusión que atañe a una pareja. En el fondo, no dejamos en el camino ninguna renuncia, porque este compromiso que adquieres es algo que te va a enriquecer. Es una de las ideas que intento transmitir en esta película: que el matrimonio puede ser una fiesta y no un funeral».


Elecciones y psicoanálisis
Moccia partió su serie de novelas y películas de su propia experiencia. «Me dije, ¿cómo es que nadie ha escrito una historia así todavía? Hay que recordar que en mi adolescencia vio aquella Italia violenta de antes». A aprtir de ahí se «psicoanalizó»: «¿Cómo soy? Lo pongo en mis libros. Quería ser consciente de lo que dejas y de las elecciones que se toman en cada momento y, sobre todo, si estás haciendo las cosas correctas en cada uno de los instantes».