Historia
En la muerte del último comunista por José Clemente
Se acostó a dormir la siesta y ya no se levantó. Dulce muerte la del último comunista, no como la de algunos que tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino. Santiago Carrillo, histórico dirigente del PCE desde que diera con la puerta en las narices a la UGT y al PSOE, ha sido y todavía sigue siendo, un personaje clave en la vida política española sin cuya presencia no se entenderían los prolegómenos de la Guerra Civil, la posguerra y más tarde la Transición política del franquismo a la democracia, donde fue parlamentario entre julio de 1977 y abril de 1986, fecha en la que fue sustituido por el asturiano Gerardo Iglesias. En su etapa del PSOE se alineó con el sector más duro del socialismo español que dirigía Largo Caballero (el Lenin español), frente a los reformistas del PSOE que seguían las directrices de Besteiro y Prieto. Antes de pasar a la acción política, de la mano de su padre que era un alto dirigente también del PSOE, Carrillo ejerció de periodista en el Congreso como redactor de «El Socialista», donde llevaba las crónicas políticas parlamentarias junto a otros reputados de la profesión como Víctor de la Serna (Informaciones), Wenceslao Fernández (ABC) y Manuel Azaña (El Sol), entre muchos otros. Su facilidad con la pluma le granjeó toda suerte de amistades entre intelectuales y periodistas, aunque a Carrillo le tirara más la lucha política del momento que el olor a tinta y las linotipias. Tampoco en la profesión estaba bien visto por su pertenencia descarada a las Juventudes Socialistas, de las que llegaría a ser su secretario general, lo que le fue apartando poco a poco de ese nutrido grupo de profesionales que ejercían con independencia su trabajo.
El comienzo de la Guerra Civil cambió de forma radical toda su vida, primero pasándose al PCE y, más tarde, ya en la clandestinidad, asumiendo la secretaria general que dejaba Dolores Ibarruri, «La Pasionaria». Corría el año 1960 y como tal continuó hasta su retirada al frente del comunismo español el 23 de abril de 1986.
La vida política de Carrillo está jalonada a partes iguales de éxitos y fracasos, como el que le granjeó su oposición a la invasión rusa de Checoslovaquia, pasando de ser el niño mimado español del régimen soviético con Stalin al frente, a «l'enfant terrible» de Nikita Jrushchov, que no veía con buenos ojos la interferencia de otros comunistas en esa invasión. Pero, como un clavo saca otro clavo y puerta que se cierra otra abre, los eurocomunistas se acercaron a Carrillo para arroparle en ese duro momento. En España, el interior por aquellos entonces, el PCE se dividió entre partidarios y detractores del eurocomunismo que encarnaban Enrico Berliguer (PCI) y Georges Marchais (PCF), aunque acabaría entregado a esas tesis que antes habían defendido el ex ministro de Cultura, Jorge Semprún, y Fernando Claudín, expulsados del PCE el 1964 por «reformistas» y «revisionistas». El proceder stalinista de Carrillo siempre aparecía en los momentos más duros, como se le acusa recién nombrado consejero de Orden Público de Madrid, por la matanza de más de diez mil encarcelados en Paracuellos del Jarama, todos ellos enterrados en fosas comunes. Tras la muerte de Franco, Carrillo se entrevistó con Suárez y tras renunciar al republicanismo y aceptar la bandera española, el PCE fue legalizado la Semana Santa de 1977, un fin de semana que provocó un preocupante «ruido de sables». Con Carrillo se va el último comunista.
✕
Accede a tu cuenta para comentar