Estreno

La habitación del pánico

Dirección: R. Polanski. Guión: R. Polanski y Y. Reza. Intérpretes: J. Foster, K. Winslet, J. C. Reilly, C. Waltz. Francia-Alemania-Polonia, 2011. Duración: 79 minutos. Comedia.

En Polanski, el espacio fílmico es una habitación del pánico, la cárcel que destila y oprime todo el horror del mundo
En Polanski, el espacio fílmico es una habitación del pánico, la cárcel que destila y oprime todo el horror del mundolarazon

En Polanski, el espacio fílmico es una habitación del pánico, la cárcel que destila y oprime todo el horror del mundo. Es difícil saber qué existe primero, si la locura del hombre rebotando contra las paredes de un apartamento o la maldad concentrada de un lugar que acaba por volvernos locos. No es casual que «Un dios salvaje» transcurra en su práctica totalidad en un piso de Brooklyn del cual, por mucho que quieran sus invitados, nadie podrá escapar. Polanski convierte el «huis clos» de la obra de Yasmina Reza en una reformulación de «El ángel exterminador», con todo lo que tenía la película de Buñuel de psicoanálisis del desolador encanto de la burguesía.

Deconstruir ese encanto, desmenuzarlo para oler sus vísceras, su egoísmo, su instinto animal: ése es el acicate de Polanski, lo que le interesa de un texto teatral que, evocando los fantasmas de Edward Albee y David Mamet, pone en tela de juicio el «sentido de la comunidad» de los padres bien educados, los prejuicios de lo políticamente correcto cuando debe enfrentarse al castigo de un supuesto acto de violencia. Polanski desmonta sabiamente las estrategias de defensa de los adultos en un plano final que parodia la clausura de «Caché» a la vez que demuestra que los niños conocen mucho mejor las tácticas de reconciliación pacífica que sus padres.

A los que piensen que Polanski ha sucumbido a la tentación del teatro filmado, habría que recordarles que transparencia no es sinónimo de academicismo. Cada encuadre y cada posición de cámara nos dicen algo de la psicología de los personajes y de las cambiantes relaciones de poder que se establecen entre ellos. El montaje dicta una velocidad que hace que el juego plano-contraplano tenga el ritmo de una danza de bofetadas, un ataque de histeria que se embala hasta pisotear tanto personas como argumentos. Y el reparto parece disfrutar de lo lindo gritando, vomitando y haciendo el ridículo. Mención especial merece Christoph Waltz, que transforma su teléfono móvil en centro de atención de la escena incluso desde la retaguardia.