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Los 80 no fueron nuestros
No me cabe la menor duda de que una de las maneras más certeras para poder analizar la evolución de una sociedad es analizar el teatro que se escribió y representó en una época concreta. Me he vuelto a reafirmar en esa convicción asistiendo a la representación de «Los 80 son nuestros», de Ana Diosdado, en el teatro Calderón de Madrid. La dirección de Antonio del Real es, como resulta habitual en él, cuidadosa y detallada hasta llegar a la excelencia. De hecho, ha conseguido que el presente reparto –Blanca Jara, Natalia Sánchez, Antonio Hortelano, Borja Voces, Álex Barahona, Gonzalo Ramos, Juan Luis Peinado y Claudia Molina– no tenga nada que envidiar en su trabajo al que estrenó la obra hace décadas. Incluso me atrevería a decir que este elenco de actores resulta más perfilado y, sobre todo, creíble que el otro. Con todo, lo que más llama la atención es la manera en que la sociedad española ha cambiado en este tiempo. Ana Diosdado podía apuntar a la violencia gratuita de los niños pijos, al nihilismo de algunos de ellos y, a la vez, a la esperanza en que no sólo la década de los ochenta sino el futuro fuera de esos jóvenes. Ni que decir tiene que buena parte de las referencias sexuales de la obra resultan hoy de una ternura casi imposible de creer en una España donde una cría de dieciséis años puede abortar a espaldas de sus padres o que hay otras circunstancias –la referencia a lo nuevo que se está creando en España o lo mal considerado que está el escupir ordinarieces– que no son entendidas por los jóvenes que asisten a la representación porque ellos, ciertamente, no vivieron en los ochenta. Con todo, merece la pena contemplar la función siquiera para percatarse de cómo los 80 no fueron nuestros –como anunciaba esperanzada Ana Diosdado– ya que nos los robaron descaradamente. De hecho, casi toda la década fue un ejercicio de depredación despiadada llevado a cabo por el PSOE y los nacionalismos catalán y vasco. Cuando concluyó, casi el 25% de los españoles estaba en el paro y los escándalos se sucedían sin interrupción, pero Felipe González seguía ganando elecciones agitando espantajos como el del Quinto Centenario. En los ochenta, los amigos del poder socialista o nacionalista se enriquecieron escandalosamente –como dijo Solchaga, España era el país donde uno se podía hacer rico en menos tiempo– mientras los españoles descubrían lo que eran la subida de impuestos, la dificultad de encontrar empleo, la inutilidad de tener un título universitario o la imposibilidad de hallar una vivienda económicamente accesible. Aquellos ochenta se prolongaron hasta casi la mitad de los años noventa cuando el PSOE, a pesar de la crisis económica y de los escándalos diarios, a pesar del apoyo de Pujol y de Arzalluz, perdió por la mínima unas elecciones generales. Cuando Felipe salió de La Moncloa a la mayoría de los españoles –y, muy en especial, a los jóvenes– les habían robado casi década y media. Han vuelto a repetirlo con ZP en La Moncloa, ETA reuniéndose con los enviados del Gobierno y el aumento imparable de la corrupción y el gasto. La diferencia está en que ahora no sabemos todavía cuántas décadas nos han robado. ¡Qué diferente se veía el mundo en los ochenta!
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