España

Profesores contra el fracaso

Las estadísticas reflejan que España es uno de los países donde peores resultados obtienen los alumnos. Los maestros debaten si hay que cambiar el método de dar clase

Profesores contra el fracaso
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La viñeta en la pared del despacho de la directora del instituto se divide en dos: en el primer recuadro se ve a un padre enfadado, con las notas de su hijo, y gritándole: «¡Qué notas son éstas!» Encima se lee que la escena es del año 1969. En el recuadro siguiente de la viñeta, se lee «Ahora» y se ve al mismo padre con la misma cara de enfado, con las mismas notas en la mano y que grita también: «¡Qué notas son éstas!», pero enfrente no está su hijo: está el profesor de su hijo.

Los tiempos han cambiado, los alumnos que estos días vuelven al colegio han cambiado. «El niño de ahora lo tiene todo. Son conformistas, consumistas, salen del colegio a los 4 años con la PSP en la mano o con el teléfono móvil táctil de última generación. Muchos niños desconocen cómo se juega a otra cosa que no sea la Nintendo. Están muy protegidos por sus padres y no conocen la cultura del esfuerzo», cuenta Marina, profesora de Educación Física de Primaria. Casi todos sus compañeros comparten su opinión. Junto a otros dos jóvenes profesores de Primaria, María y Fernando y dos veteranas profesoras de Secundaria, con más de treinta años en la profesión, Blanca y Luisa (directora del Instituto Rosa Chacel en Madrid), dibujan para LA RAZÓN, el panorama del sistema educativo en España.

Pedagogía contra veteranía

Todos tienen parecidas experiencias frente a los alumnos. La brecha generacional se abre cuando se explica el método de dar clase. Los jóvenes Marina, María y Fernando defienden que los niños son distintos a los de antes y las clases, por tanto, tienen que ser distintas. Ahora que van a llegar las pizarras electrónicas y casi ni se van a manchar de tiza, comienza una nueva era. Los profesores jóvenes saben de qué va. Los veteranos o se resisten o intentan comprender. Luisa es de las segundas: «Ha cambiado el concepto de enseñar. Los catedráticos daban su lección magistral, pero la parte de pedagogía, no se enseña y no saben qué hacer. El profesor de Secundaria no está acostumbrado a las nuevas generaciones. Es gente con mucho conocimiento, pero con problemas a la hora de mantener la disciplina: el trato del tira y afloja con el alumno nos ha pillado desprevenidos».

Puede ser. Blanca, que también presume de experiencia, y que es catedrática de Griego, no está de acuerdo: «Tienes que dar tu clase y que los alumnos la aprendan».
–Fernando: «A mí en la carrera no me enseñaron a tratar con un niño. Te enfrentas a unos niños que no sabes cómo afrontarlos».
–Blanca: «Pero no nos hace falta la pedagogía. La experiencia es lo que vale».
–«¿Y hasta que llega la experiencia?», preguntan los tres más jóvenes.
–Luisa: «Es verdad que muchos maestros y profesores de Secundaria no están preparados para la parte de habilidades sociales: para los niños de ahora deberíamos de tener conocimientos para llegar a ellos. Los alumnos te van a decir: fulanito no tiene ni idea, pero la verdad es sí que tiene, pero la clase se les escapa de las manos».
–«Que no –insiste Blanca–, no tener formación pedagógica, no tiene nada que ver. El modelo educativo es lo que falla: la Logse y la LOE fueron un desastre. Ése es el problema».
–Luisa: «No se puede llegar, dar la clase y me voy. Y un alto número de profesores todavía no se ha adaptado a eso».

Mientras los profesores se ponen de acuerdo, las estadísticas sobre la Educación en España son demoledoras. Cuatro de cada diez alumnos se plantan en cuarto de la ESO, el último año de la educación obligatoria, con más de 16 años (la edad con la que tenían que haber llegado), o sea, que han repetido más de una vez. Entre éstos, el 35% comienza a descolgarse en Primaria y el 65% en Secundaria. Los alumnos que no consiguen adaptarse al nivel de la clase pierden el ritmo y ya es imposible que lo alcancen. El sistema los relega, apenas los deja repetir, se atrasan, entorpecen la clase y ellos, además, tampoco tienen ganas de dar un paso adelante: «La enseñanza se ha venido a menos y los valores como la responsabilidad y el respeto han quedado disminuidos. El profesor que lleva años dando clases se encuentra con que en los primeros 20 minutos no puede empezar porque uno dice, otro se levanta, otro escupe», cuenta Luisa Capel, la directora, a la que ya casi nada le sorprende.

Violencia

Ni siquiera lo que cuenta Marina, que hace poco sacó la oposición: «Yo he estado en un colegio donde ha habido agresiones de alumnos a profesores, de padres a profesores y de alumnos a alumnos. Yo hago mi trabajo y no tengo por qué soportar que, a la salida, me pinchen las ruedas o me peguen. Es como si a un guardia civil se le pegase cada vez que pone una multa». Luisa tiene más ejemplos: «Nosotros tenemos un juicio porque pegaron al director en la puerta del colegio. También una niña que tiró una mesa a una profesora y llegamos a juicio. Otro caso fue un chaval que pegó un puñetazo a otro con un problema auditivo y le han condenado a 2.000 euros y trabajos a la comunidad».

Los chicos de los colegios se sienten con poder para imponerse. Han aprendido en casa que todo está permitido y que todo, además, está a su alcance: «Hay alumnos que su madre se mata a limpiar escaleras, pero ellos tienen la última marca de zapatillas», cuenta Luisa. Fernando, María y Marina coinciden: «Es obvio que no prima el esfuerzo. Hemos vivido una época de lujo: los padres le consienten todo al niño. Es la cultura de dejar hacer a los niños lo que les da la gana. Y los niños hacen lo que les da la gana. Estamos siendo invadidos por el poder de los padres, que creen que pueden llegar al centro y decirte lo que tienes que hacer. Cuando no es así; aquí los padres no pueden llegar y decir qué hacer a los profesores».

Blanca, cansada de que las leyes hagan todo lo posible para empeorar la educación lo tiene claro: «Se creen que la educación vale como el Ministerio de Asuntos Sociales. Y eso no es así». El colegio es para enseñar; para educar ya están lo padres, pero ahora «en general, los dos padres trabajan. Los abuelos cuidan a los niños. Los padres están cansados y ceden ante sus hijos. Se ve cada vez con más frecuencia: si suspendes a un alumno, llega el padre preguntando por qué ha suspendido. Pero yo no apruebo y suspendo. Los padres no quieren ver lo que hay: llegan a casa, los niños dan guerra y les ponen a ver la televisión. La mayoría de los padres dejan a sus hijos porque quieren más tiempo libre para ellos», explica Marina.
Parece un futuro sin esperanza. O no. «He visto un antes y después de la crisis. Padres que llegan y dicen es que se me ha escapado de las manos, no sé qué hacer», dice Luisa.

Recortes
Si ha habido un cambio en los padres, también lo ha habido en los colegios. Y para peor: 40% de reducción de la plantilla de compensatoria (que son profesores de ayuda para los niños que no tienen nivel), más del 10 o 15% de reducción en todos los institutos. En total, en Madrid, unos 1.500 profesores menos. Además, trabajan más horas por unos 300 euros menos, entre un 7% y un 5% de recorte.

Y hay alumnos que no van a recibir la ayuda que necesitan. Han repetido una vez y ya no van conseguir adaptarse al nivel. «Cada vez hay más alumnos con problemas, nosotros sólo podemos derivarlos y necesitaríamos un psicopedagogo. Necesitan un programa, unas bases y si no viene el orientador, nosotros no podemos hacerlo», cuenta Marina. También se necesitan profesores para ayudar a los inmigrantes, cuya incorporación se produce gota a gota y apenas saben el idioma. Hay un alto porcentaje de suramericanos y rumanos. Éstos llevan un desfase en el idioma y van al aula de enlace, pero las están eliminando. «La comisión te deriva al niño y por edad tiene que ir al curso que le corresponda. Una vez matriculado, la Junta de Evaluación puede bajarlo de nivel. Pero es problemático poner a uno de 17 con uno de 14», cuenta Luisa. Otro problema, otro futuro fracaso. Otra razón para ser profesor.


EL PROBLEMA SON LOS CONTENIDOS
Juan José Romera tiene un análisis original sobre el fracaso escolar. Este profesor, autor del libro «Retrato canalla del malestar adolescente», asegura que en las materias que se enseñan a los alumnos en los colegios hay un exceso de academicismo: «El problema son los contenidos. Hay un exceso de conceptos. No valoramos para nada el saber hacer», asegura. Para él ni la falta de medios ni la nueva generación de niños son los motivos del fracaso escolar. El asunto está en querer obligar a un niño a aprenderse «toda la historia de la Literatura entre los 14 y 16 años, que luego se refleja en la manera de evaluar. Te sabrán decir a qué genero literario pertenece ‘‘La Celestina'', pero son incapaces de entender el titular de un periódico». Romera pide llegar a un acuerdo sobre qué es lo básico que tienen que aprender los alumnos y acabar con el método de la clase magistral.