España
El fin del franquismo
Haciendo honor a su habitual raquitismo intelectual, la izquierda española anda empeñada en acabar con el franquismo –al parecer, sigue sin estar claro si el general se murió en 1975 o sigue vivo como Elvis en algún lugar ignoto– y ha convertido tal meta en su objetivo supremo, tan supremo que se halla por encima de lo que pueda pasar con la economía de esta nación y con millones de desempleados. Personalmente, creo que, al fin y a la postre, la izquierda aliada con los nacionalismos está a punto de conseguir eliminar los últimos resquicios de franquismo que persisten en España.
No sólo eso. Además lo va a conseguir con cierta rapidez si examinamos lo que, actualmente, está sucediendo en Grecia. Como todo el mundo sabe – aunque viendo alguna cadena de televisión se podría pensar que no todo el mundo informa– Grecia va a ser objeto de un plan de rescate que, como no podía ser menos, lleva aneja una serie de reajustes económicos de no escasa envergadura. En España, ese plan significaría –¡loado sea San Lenin y el sagrado sacramento de Carrillo!– acabar con lo poco que queda del franquismo.
Por ejemplo, habría que derogar la actual legislación laboral, fruto del franquismo y que incluye figuras como la legislación colectiva o las indemnizaciones nada reducidas por despido. A cambio se daría paso a una liberalización drástica del mercado de trabajo. Sin duda, a la vicepresidenta del Gobierno, señora De la Vega, le dolerá enormemente que algo por lo que tanto trabajó su padre a las órdenes del falangista Girón de Velasco desaparezca, pero «sic transit gloria mundi» que decía el clásico. Acabar de verdad con el franquismo tiene estos costes. De manera semejante, por lo que apunta el ejemplo griego, habrá que suprimir los pluses como el de puntualidad o las pagas extraordinarias como ésa que estableció Franco en julio para recordar el mes en que había tenido lugar el Alzamiento. Ambas huellas del franquismo –¿dónde se ha visto que se dé dinero a un trabajador por llegar al trabajo a su hora o que se recuerde el inicio de una guerra con una paga?– desaparecerán por el escotillón de la Historia. A esto habrá que unir la eliminación drástica de privilegios fiscales que también vienen del franquismo como el concierto navarro o el vasco consagrados en plena Guerra Civil. Esa parte de la herencia franquista también desaparecerá gracias a la UE.
Por añadidura, se liberalizará totalmente el sistema de transporte público –algo imposible por voluntad expresa de Franco– y los que usen el metro o el autobús pagarán lo que verdaderamente cueste el servicio. Si bien se examina el ejemplo griego, no parece que tengamos que renunciar a las autopistas, los aeropuertos e incluso los pantanos que construyó Franco, pero no pondría yo la mano en el fuego porque se puedan mantener. Llegados a ese punto, la izquierda y los nacionalismos podrán sentirse satisfechos porque todos esos resabios del franquismo serán cosa del pasado y, gracias a la Ley de Memoria Histórica, podremos olvidarlos con facilidad. Sólo hay dos preguntas que me asaltan desazonándome. La primera es si, gracias a la alianza de izquierdas y nacionalismos, en algún momento nuestra economía no regresará a la cartilla de racionamiento que caracterizó la posguerra y la segunda es si para que se llegara a ese punto era obligado que la nación fuera a la quiebra y que millones de españoles se quedaran sin trabajo.
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