Ciclismo
Contador hace cenizas el Giro
Allá arriba, en el Etna, 1.892 metros de altura sobre el mar, no hay nada. Rocas y lava. Un volcán que ruge alto, palpa el cielo con una nube tan atrayente como peligrosa. Dantesca, pero embaucadora.
Da miedo y atraen a la vez los volcanes porque son desafiantes, llaman a retarlos por su altura y superioridad cuando mecen a una isla como es Sicilia, la mafia a pecho descubierto en la tierra de «Il Padrino». El jefe que, o a la cara o por la espalda ordena compras y sobornos. Reina. Es su territorio.
Así es el volcán del Etna y así es Contador. El jefe, rabioso retador de endiablada lava que seduce por su belleza. Explota cuando llega la montaña y un cráter se abre paso sobre la piedra volcánica que lleva a las espaldas. El positivo y la duda. La absolución y la suspicacia. La incertidumbre. Es todo material fundido, pesa, pero se funde con su férrea persona, una piedra volcánica. Superpuesto todo junto al ambiente caldeado, es un magma que prende por la chimenea del volcán que es él. Erupción.
Escuchó retumbar al Etna Contador el jueves y ensordeció. Trueno. El sábado por la noche, tras los 17 segundos de premio recogidos por su ataque sorpresa en Tropea se recogió en el reposo y la intimidad de su habitación. Abrió la puerta a Bjarne Riis, su director y se lo reveló. Quería ser lava para sepultar a sus rivales. Convertirlos en cenizas. Estallido arriesgado, pues cuando la piedra volcánica, caliente al tacto explota es una, súbita.
Lo hace desde lejos, desde allá arriba, los 1.892 metros con los que el Etna desafía a Sicilia con el arrojo de humo. Cielo candente, de cenizas que apenas dejan ver, que manchan la cara de aficionados y ciclistas, como mineros que salen del agujero para ver la luz. Pura, porque no hay nada desde que se abandona Nicolosi, el último rescoldo de vida antes de salir a merced del volcán y del aire. A placer de lo caprichos del volcán, de los deseos de Contador.
Fue allí, en el paisaje de tierra, viento de cara y polvo cegador cuando Pablo Lastras, líder virtual hasta que una avería mecánica le dejó fuera de juego en la fuga que compartió junto a Horrach, Visconti, Bakelants, Savini y Mathias Frank, aderezaba el paso. Ocho kilómetros para el final. Era territorio volcánico, territorio Contador. Ni miró atrás, como volcán que es, activo siempre, a borbotones explotó, lava sepultadora. «Era arriesgado, pero he visto malas caras y he atacado». Así son los volcanes, cuando menos se los espera, estallan.
La soberbia explosión de lava, como ataque colosal y soberbio de Alberto Contador, se tradujo en una sepultura para Nibali –gestionar cuerpo y mente, fuerzas y energía, es la fórmula para ganar del italiano, tal y como hizo en la Vuelta a España– y para Joaquim Rodríguez –al explosivo catalán el que el fuego del Etna le abrasó y le cayeron dos minutos y medio en meta igual que a Denis Menchov–. Las malas caras que vio Contador, perfectas para encender su llama candente.
Sólo Scarponi le pudo seguir, cuestión de segundos, hasta que el fuego de las piernas bailonas del madrileño se perdió entre la piedra volcánica. Rujano, el venezolano del Androni se amarró. Pedaleo cansino, sin estilo, lejos de la belleza en el crepitar de Contador camino de la victoria de etapa y de la «maglia» rosa ya en la novena etapa. El Giro se ha hecho cenizas en el Etna. El volcán Contador las hizo estallar.
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