Bruselas
Ahora le toca al BCE
Si Bruselas sigue cruzada de brazos y no interviene de forma decidida en defensa de las deudas soberanas, las de España e Italia especialmente, es muy probable que toda la zona euro salte hecha añicos. La prima de riesgo española marcó ayer un récord histórico al superar la barrera de los 500, lo que obliga a pagar un 6,5% de interés a 10 años. Y la italiana le siguió de cerca con 450 puntos. La situación es altamente inflamable y la mecha griega amenaza con incendiar el polvorín. El Gobierno de Rajoy está realizando un colosal esfuerzo para recuperar la confianza de los mercados, sin ahorrar sacrificios ni escatimar reformas estructurales como nunca antes se habían afrontado, sobre todo en materia laboral y financiera. Todas estas decisiones han sido tratadas y bendecidas por los organismos comunitarios, como es natural. Sin embargo, los inversores persisten en desconfiar de la solvencia y fortaleza de la economía española, en parte por la incertidumbre de su sistema bancario y en parte por el caos griego. Ante esta crítica situación, España necesita bastante más que palmaditas de ánimo en la espalda por parte de los dirigentes europeos. La seriedad, el rigor y la responsabilidad con la que está actuando el Gobierno español deben contar no sólo con el respaldo retórico de la Unión, sino con medidas concretas en defensa de su deuda soberana. Como ha reiterado el ministro Guindos estos días en Bruselas y como declaró ayer el presidente Rajoy en el Congreso, «España ya ha hecho lo que debía hacer y ahora le toca actuar a la UE». Dicho de manera directa, le corresponde al Banco Central Europeo retomar la iniciativa para hacer frente a los especuladores creando un cortafuegos en torno a la deuda soberana. Los peligros de no hacerlo para toda la eurozona son infinitamente superiores al riesgo de relajar la ortodoxia monetaria. Ha llegado ya el momento de que el BCE intervenga no sólo como bombero ocasional, sino también como autoridad al estilo de la Reserva Federal norteamericana o del Banco de Inglaterra, ya sea emitiendo eurobonos, ya mediante otros instrumentos financieros. Las reticencias de Alemania podrían estar justificadas cuando estalló la crisis, pero no ahora, una vez que se ha llevado a cabo un esfuerzo fiscal ingente de recortes y reformas. Lo lógico es que, una vez hechos los deberes, la autoridad monetaria respalde y defienda el camino recorrido de asaltos y amenazas. Al hacerlo así no sólo preserva la deuda soberana de España, sino que también refuerza el euro y despeja las dudas sobre su viabilidad sembradas por eminentes economistas. Con tanta más razón, cabe exigir a los ayuntamientos y comunidades autónomas que en esta empresa hagan causa común con el Gobierno de la nación por encima de localismos y de demagogias ideológicas.
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