Kabul
El presidente y el general
Obama fulmina a su hombre en Afganistán, el general McChrystal, clave para cualquier cosa que pueda parecerse a una victoria, y recibe aplauso unánime que se convierte en ovación al designar para sucederle a Petraeus, el vencedor en Irak y, hasta el momento, su superior jerárquico. En realidad, el aplauso es sólo palmitas por parte de los suyos, preocupados con su propia izquierda, que sólo quiere liar el petate y marcharse, así sea al precio de una calamitosa derrota, que quizás la computen más bien como premio que como coste. ¿El pecado de McChristal? Haber proferido, él y los de su equipo, comentarios despectivos, a veces un simple adjetivo, de diversas autoridades civiles, si bien el embajador en Kabul y el consejero nacional de seguridad son altos mandos militares retirados. Respecto a Obama, las palabras de McChristal fueron que parecía «incómodo e intimidado» ante una reunión con generales y almirantes, y que la entrevista que mantuvo con el presidente tras su nombramiento fue sólo «diez minutos para una foto», y que «no pareció muy comprometido». Mero cotilleo de subordinados que en privado manifiestan su adivinable despecho frente a los civiles que los dirigen. Disciplina al margen, lo imperdonable es que el general y todo el Estado Mayor hayan compartido su intimidad durante un mes con un periodista de «Rolling Stone», revista dedicada a la música juvenil y al izquierdismo político. Parece que la publicación violó las reglas pactadas, pero no niegan que esas frases y epítetos reflejen las auténticas opiniones y sentimientos del jefe y sus colaboradores. Obama ha reaccionado con rapidez reafirmando lo sacrosanta superioridad civil, lo ha hecho con estilo, lamentando profundamente la pérdida de un militar tan excepcional y ha tapado el hueco de la manera más satisfactoria tanto desde el decisivo punto de vista de la conducción de la guerra en curso, como desde el personalmente delicado de cubrirse la espalda política en Washington. Lo ha hecho tan bien que quienes deploran la continuación de la guerra no se atreven a criticarlo y los que censuran sus contradicciones en tan trascendental asunto de seguridad y prestigio internacional, no han hecho más que alabarle. Ahora que parece haber impuesto orden entre sus soldados sobre el terreno, es igual de indispensable para el adecuado desarrollo de la misión que haga lo mismo entre sus asesores y partidarios en Washington.
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