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El PRI a un paso de su regreso

El PRI a un paso de su regreso
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CIUDAD DE MÉXICO- Todas las encuestas vienen a corroborar una tendencia que se presenta sostenida en los últimos años: el paulatino –pero sólido– regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a las máximas instancias de gobierno. En las pasadas elecciones regionales, el PRI arrasó en lo que se presenta como un test del clima electoral nacional. Así, ha vuelto a evidenciarse el crecimiento del viejo priísmo, que viene tomando forma al mismo tiempo en que la imagen del actual presidente, Felipe Calderón, y del derechista Partido de Acción Nacional (PAN), caen estrepitosamente. Lo que los mexicanos parecen estar diciendo es que prefieren un Gobierno fuerte y con experiencia de gestión, a la improvisación del actual, que durante esta década sólo ha conseguido ensayar alternativas que terminaron siendo vías muertas.

Para Pedro Joaquín Coldwell, líder nacional del PRI, «Peña Nieto está preparado para gobernar el país, lo que demostró como gobernador en el Estado de México». «Con una sólida formación académica, licenciado en Derecho, tiene una maestría en Administración, pero lo más importante es que tiene destreza política».

En conclusión, si en esta década que ha estado fuera del poder, el PRI ha hecho un aprendizaje interno y está dispuesto a introducir mecánicas democráticas reales en un sistema abierto de partidos múltiples, su experiencia de gestión y el claro ejercicio de la autoridad lo dejan inmejorablemente situado para volver al poder en menos de una semana.

En definitiva, tras lograr la paz social, en 1929 el PRI se hizo cargo de Mexico, y se mantuvo en el poder hasta el año 2000. En un período tan largo, y sin una oposición real, el ejercicio del poder fue minando las estructuras y los programas originariamente socialistas, y por esas grietas comenzó a filtrarse la corrupción. La lucha política no se daba en las instancias públicas, sino en el interior del propio partido. Al estar identificado con el Estado, ganar las internas partidarias implicaba, necesariamente, asegurarse la conducción del país.

Las disputas por el poder fueron haciéndose cada vez más violentas, e inclusive llegaron al asesinato de candidatos a la presidencia, ya para entonces demasiado parecida a un trono monárquico. Además, la combinación entre partido único, luchas intestinas y corrupción fue creando una clase social propia, integrada por la élite priísta, los caciques gremiales insertos en la estructura del Estado, y los altos funcionarios, que permanecían en ejercicio durante toda la vida. Y la distribución de favores y prebendas, junto a ciertas debilidades en macroeconomía y al crecimiento del narcotráfico fueron abriendo una brecha entre los «dos Méxicos». Y la brecha terminó con el dominio hegemónico del PRI en 2000. Ahora en el S. XXI, un nuevo PRI vuelve.