Nueva Orleans
«Mi gozo en un pozo» por Ramón TAMAMES
El 31 de marzo de este año, Barack Obama se presentó en la base aérea de Andrews, estado de Maryland, ante una audiencia formada por 300 veteranos de las guerras de Irak y Afganistán; junto a expertos en Administración Pública, así como políticos locales. Para anunciar el cambio más drástico en la política petrolera de EE UU en 19 años: la apertura a la exploración de crudo y gas de la mayor parte de la costa Este del país, de un amplio segmento del Golfo de México, y del litoral ártico de Alaska.
Esas zonas se cerraron en 1990 a cualquier clase de prospecciones por un antecesor de Obama, que hizo su gran fortuna con el petróleo: George Bush padre; y más por razones económicas (menor producción, luego mayor precio) que por ecologismo. Y aunque en 2008 George Bush II trató de invertir esa situación, tal iniciativa topó con la contra demócrata, en una oposición en la que se situaba el entonces senador Obama en plan de apóstol de lo verde. Ante tan flagrante contradicción diacrónica (ayer no, hoy sí), Obama justificó su decisión de reabrir explotaciones «offshore», alegando la seguridad energética «una cuestión prioritaria –dijo– para mi Administración, el mismo día en que asumí el cargo», a fin de reducir la dependencia del petróleo importado. Sobre las consecuencias ambientales, como se dice coloquialmente, «¡pelillos a la mar, y a vivir que son dos días!».
Las previsiones de Obama sobre nuevas prospecciones «offshore» pronto se han visto subíndice al estallar, el 20 de abril de 2010, la plataforma «Deepwater Horizon» de BP, sobre el yacimiento Macondo, a 135 millas al Sur de Nueva Orleans, en el Golfo de México; con las consecuencias más dramáticas de contaminación. A raíz de ello, y ante los fracasos sucesivos para taponar la fuente submarina de emisión de crudo, el presidente suspendió temporalmente todas las prospecciones marítimas anunciadas: «Mi gozo en un pozo», y nunca mejor dicho. Seguiremos la cuestión.
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