Bicis y sostenibilidad por Ramón Tamames

En estos tiempos en que tanto se habla de movilidad sostenible, y a propósito de dos viajes relativamente recientes que he realizado, no puedo por menos de evocar el fantástico drama/comedia de Fernando Fernán Gómez «Las bicicletas son para el verano», precisamente para hablar de bicis. Un medio de transporte que no emite CO2 (si lo hace su propio pedaleante), y del cual puede decirse que de forma paradójica se aprecia ahora mucho más en los países desarrollados que en los emergentes.
En un recorrido que hice hace un par de años por Copenhague pude comprobar que jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, niños y niñas, se desplazaban de un lugar a otro de las ciudades, y a sus alrededores sobre dos ruedas. Con inmensos estacionamientos de bicicletas en todas partes.
En cambio en China, la cosa es diferente. Cuando hice mi primer viaje a Pekín, en el ya lejano año de 1987, aquello era una especie de ir y venir de millones de ciclistas por las avenidas y las calles de las grandes urbes. Ahora, en menos de 25 años, la situación es diametralmente opuesta: no quedan virtualmente bicicletas (algunas se ven eléctricas y con pequeños motores), en tanto que el país más poblado del planeta se ha convertido en el principal productor y mayor comprador de automóviles, ya muy por encima de Estados Unidos.
En Dinamarca, ir en bicicleta es ser defensor de la naturaleza. En China se demuestra que uno es un pobre que no merece la mínima atención.
Por su parte, Barcelona intenta convertirse en una ciudad de ciclistas, pero los sistemas de alquiler, por el vandalismo, no acaban de funcionar. Y en Madrid, aunque hay un circuito periférico de casi 50 kilómetros, no se ha alcanzado ningún cenit memorable.
¿Qué significa todo esto? Que la educación de la sostenibilidad ambiental está muy descuidada; y que la velocidad sin esfuerzo propio parece seguir siendo un bien en sí mismo. Pero naturalmente, en esta materia hay bastantes más temas.