Bolsa
La joya de la corona
Fruto del interés político propio de estas fechas, todos los días escuchamos que el sistema sanitario público es la «joya de la corona del Estado de Bienestar». El Estado de bienestar depende, al parecer, del sistema sanitario público, aunque no lo uses. En cualquier caso me parece que es mucha carga la que recae sobre el maltrecho sistema sanitario público. España cuenta con un sistema sanitario –público y privado– de condiciones excepcionales y con unos resultados sanitarios y una eficiencia económica que pone a este sector, a la vanguardia de los países de nuestro entorno. El sector sanitario privado, además de complementar y ayudar al sistema sanitario público para que nuestra población disfrute de los mejores indicadores sanitarios del mundo, resulta que junto con el turismo por ejemplo, no sólo aguanta la crisis, sino que a pesar de todas las dificultades económicas sigue creciendo en empleo y generando riqueza para nuestra sociedad. Los datos y los 10 millones de usuarios demuestran que el sector sanitario privado español es un sector de altísima calidad en prestaciones y en eficiencia en cuanto a indicadores de gestión. Y más lo sabemos ahora, que con la emisión de la factura en la sombra por parte de las comunidades autónomas, podemos comparar lo que cuestan los procesos en el sector público frente al sector privado.
España tiene y puede vender turismo y Sanidad. El turismo no compite con un ente público y nadie se cuestiona si es bueno o es malo para el turista, se potencia y se vende a través de todas las instituciones. Con el sector privado pasa lo contrario; se cuestiona, se margina y se esconde. El problema radica en que la demagogia hace que todo lo que no sea Sanidad Pública, aunque genere riqueza y empleo, implica que le resta protagonismo e importancia a la misma y se lleva al extremo de cuestionar por completo y por ello, la supervivencia del Estado de bienestar, ni más ni menos. En vez de apropiarse de un sistema de éxito que es de todos , creo que habría que sacarlo del lenguaje político y se deberían centrar todos los esfuerzos en cuidarlo, valorando hasta dónde puede dar de sí, gestionarlo eficazmente a fin de que sea ágil y llegue en las mejores condiciones posibles a los ciudadanos y, finalmente, protegerlo promoviendo y facilitando que quien quiera y pueda permitírselo acuda al sector privado a fin de descargarle de gasto y de recursos al sistema público. De seguir adjudicándole tanta responsabilidad, acabará quebrandose por la mitad y con ello, el Estado de Bienestar para una buena parte de la población; los que no pueden elegir.
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