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Planetas keplerianos por Ramón TAMAMES
La noticia de que el observatorio espacial Kepler está localizando exoplanetas similares al nuestro trae a colación algunas teorías sobre el origen de la vida en la Tierra, que tal vez podría haber llegado de alguno de esos planetas keplerianos. Una idea que por primera vez expuso el científico sueco, Premio Nobel de Química, Svante Arrhenius, a finales del siglo XIX; cuando sugirió que la vida no comenzó en la Tierra, sino que fue inseminada con el esperma –y de ahí el nombre de panspermia que se da a esta teoría— de los microorganismos que llegaron desde el espacio exterior.
Isaac Asimov se incorporó a los panspermófilos cuando comentó, irónicamente, que la vida en la Tierra comenzó por la evolución de los microvivientes de un cubo de basura que por aquí se dejaron unos astronautas; viajeros desde alguna civilización muy avanzada del exterior. Y en la misma senda de la panspermia de Arrhenius y Asimov se situaría más tarde Francis Crick, codescubridor con Watson de la estructura en doble hélice del ADN, y por ello, ambos Premios Nobel. En ese sentido, Crick no sintió nunca mucho aprecio por las tesis materialistas de Oparin, Haldane y otros sobre el origen de la vida, que él veía «como un milagro, porque las condiciones que hubieron de satisfacerse para ponerla en marcha eran demasiadas».
Claro es que aparte de los alienígenas, hay que considerar otros posibles portadores de la vida a nuestro planeta azul. En esa dirección, desde hace tiempo, algunos estiman que llegó a nuestro orbe en alguno de los meteoritos que bombardeaban a los planetas en el sistema solar: los componentes químicos básicos del ADN viajaron como auténticos pasajeros en las rocas que caían del cielo. Pero ésa es historia aparte, a la que tal vez otro día dediquemos nuestra atención.
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