San Francisco
Llueve sobre mojado por José Clemente
Llueve sobre mojado en el Guadalentín y, muy especialmente, en las queridas Lorca y Puerto Lumbreras, dos ciudades laboriosas y acogedoras sobre las que se ha cebado la fatalidad de una manera altamente preocupante. La primera, castigada por el doble efecto de un terremoto en 2011 y, apenas 16 meses después, por una gigantesca riada. La segunda, por ser el escenario maldito de las aguas burlonas y salvajemente turbulentas. Dos grandes avenidas de aguas desbordadas en tan sólo 40 años de diferencia han reventado el crecimiento y la ilusión de los lumbrerenses, que ya se vieron obligados a emigrar en 1973 a otras latitudes para buscarse el sustento y dejar atrás vidas y haciendas imposibles de sacar adelante cuando el barro y la desolación cruzan el umbral de la casa de uno. Dos ciudades, dos pueblos, donde el esfuerzo y el trabajo no son recompensados, sino castigados al azar por el capricho de la naturaleza. Da lo mismo que se hagan las cosas bien o mal si la fatalidad te aguarda a la vuelta de la esquina, tras la nube pasajera, con los cauces ampliados y limpios, como preparados para lo peor que no deja de ser contradictorio y caprichoso que sea el agua, de la que viven, con la que trabajan y a la que transforman en productos que consumen todos los españoles y los europeos. Un latigazo del destino cruel de la climatología que siega la vida de sus vecinos y convierte las esperanzas colectivas en pura ruindad con cuantiosas pérdidas económicas tan difícilmente asumibles como evaluables. Nada hay peor que un terremoto, pero más grave resulta la combinación de ambos, aunque sea por separado, porque lo que no destruye una cosa, lo arrasa la otra. En San Francisco (California) viven cada día pendientes de la llegada del gran terremoto, el de la falla de San Andrés, pero eso no impide que se siga peleando por salir adelante.
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