Teatro

Crítica

Visión plana por Arturo REVERTER

Temporada del Real«Boris Godunov» de Mussorgsky. Günther Groissböck, Stefan Margita, Dmitry Ulyanov, Michael König, Julia Gertseva, Evgeny Nikitin, Anatoli Kotscherga. Pequeños Cantores de la Jorcam, coro y orquesta titulares. Director musical: Hartmut Haenchen. Director de escena: Johan Simons. Teatro Real. Madrid, 28-IX-2012.

La Razón
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Ópera grande y original, sobre todo cuando se escucha en la versión primigenia de Mussorgsky, que es la que atesora las más grandes virtudes gracias a su adusta armonía, a sus tonalidades oscuras, a su desnudez exenta de brillos superfluos. La primera versión del compositor es de 1869. Más tarde, en 1872, la revisó y añadió tres nuevas escenas. Es la primera vez que el Real presenta la versión completa. Diez escenas en total. Como debe ser. El espacio escénico, perenne, semeja el enorme patio de una construcción desconchada –más bien «despapelada»–, grisácea, pesada, triste, por donde circulan los personajes vestidos pobremente a la usanza actual. En una obra vital, colorista, cambiante, proteica, todo queda acogido a ese pesado edificio y todo discurre de forma plana, sin contrastes, algo que va en contra de la naturaleza de la propia composición. Incluso el fundamental brillo del acto polaco, expuesto de manera muy cursi queda diluido al unirse sin solución de continuidad a la escena de San Basilio. Una escena fundamental, nuclear, como el monólogo de Boris y el subsiguiente diálogo con Chuiski, pierde toda tensión y eficacia dramática por la escasa garra de la dirección de escena. En el vasto espacio las escenas intimistas se diluyen. Y en las que el pueblo es protagonista, a veces da la impresión de que no existen soluciones para mover con naturalidad a la masa, al pueblo. Pero el coro estuvo sonoro y rotundo toda la noche, bien impulsado por la batuta de Haenchen, director eficaz aunque tosco y que no encontró su camino, apoyado en una buen prestación orquestal, hasta bien entrada la segunda parte. De las voces hay que destacar sobre todo al sólido Pimen, oscuro, grave, pastoso, de Ulyanov, al Claro y penetrante Chuiski de Margita, al sentido Inocente se Popov y al estentóreo Varlaam de Kotscherga. Muy mal Michael König, un Dmitri de pobres medios y timbre desdibujado. Caso aparte es el de Groissböck, de timbre pétreo, pero inadecuado, por idioma, emisión y cortedad de extensión para un papel tan exigente.