Política Cultural

OPINIÓN: La cultura a la deriva

La Razón
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S on tantos y tan graves los problemas que tiene España que plantear la urgencia de un debate conducente al diseño de un nuevo modelo de gestión cultural pudiera parecer casi una frivolidad. El problema es que la situación es tan terminal que estamos abocados a abordarlo ya, sin más demora, so pena de que el sistema se venga abajo. La primera clave la ofrece el que constituye el principal factor de fragilidad del sector cultural autóctono: su débil articulación industrial. Aunque ello se puede considerar como un elemento estructural que ha lastrado siempre el desarrollo del tejido cultural, la situación se agravó en el último periodo de bonanza económica, en el que gran parte de las inversiones provenientes desde administraciones públicas se destinaron a la creación de un mapa inflacionista e insostenible de equipamientos culturales, en lugar de a consolidar un cuerpo empresarial más preparado para no desangrarse a las primeras de cambio.
De igual manera –y he aquí un segundo factor–, el sector depende casi integralmente de las ayudas de las instituciones públicas. Nos encontramos con que, casi siempre, estas «redes de acción cultural» suponen estructuras administrativas encubiertas que son las primeras afectadas por las políticas de recorte del gasto. Y lo peor es que esta crisis del «modelo de subvención pública» no es coyuntural ni sintomática de un nefasto momento económico: el modelo ha quebrado de forma definitiva, obligando a una redefinición profunda de los criterios que pasa por dos vías de solución: el tránsito de un modelo público de gestión a otro mixto que permita formas innovadoras de explotación público-privadas; y una ley de mecenazgo ambiciosa y satisfactoria para todos, que, de una vez, genere el marco necesario para la incorporación decidida del empresariado al fomento de la cultura. Mientras ambas líneas no se activen, la cultura no pasará de ser la crónica de una muerte anunciada. Las administraciones públicas ya no dan más de sí.