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Españoles posthumanos
Para mí que la expulsión de rumanos decretada por Sarkozy ha sido un gesto de demagogia destinado a paliar unas encuestas no muy favorables al presidente de la «République» deportadora. Aun así, cuando a Sarkozy se le han echado encima, ha tenido una reacción de indignación y casi de vergüenza, la reacción propia de un ser humano y no de una máquina levantavotos. A Blair, durante la visita del Papa a su país, se le ha visto radiante, reivindicado. Merkel, siempre negociando, siempre realista, hace bromas que tienden puentes y deja entrever un orgullo nacional indomable. Incluso Berlusconi se divierte con el juego bufo, hiperitaliano, que se trae entre manos.
Nosotros los españoles llevamos fama desde hace mucho tiempo de gente apasionada, con afectos al rojo vivo. Puede que sea así en algunos campos de nuestra actividad, pero al menos en estos tiempos, no lo es en la política. Cuentan que cuando Sarkozy se reunía con Rajoy, el francés, que esperaba de su interlocutor temperamento y maneras «españolas», se dejaba llevar hasta que caía en la cuenta que no tenía enfrente al Don José de Carmen… Rodríguez Zapatero, por su parte, es un hombre gélido, distante hasta el infinito, como si hubiera borrado el menor rastro de humanidad. Lo mismo ocurre con los miembros de su gobierno. A veces parecen de otra especie ya mutada en un género posthumano. Sería interesante realizar un estudio postantropológico de carácter partidista… Siempre hay excepciones, por otra parte. Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón, cada uno en su registro, tan diferente e incluso tan opuesto, siguen pareciendo de este mundo.
El por qué tantos de nuestros políticos presentan este aire de rigidez y momificación incluso cuando pretenden superarlo puede ser el motivo de una discusión entretenida. Una posible explicación, aparte de la profesionalización de nuestros «primates», como se decía antes, es la degradación que ha sufrido una parte de la vida pública, como son las instituciones. Las instituciones son aquellas zonas de la vida política respaldadas por un consenso ampliamente mayoritario. La nación (o más genéricamente, el país) suele ser una de ellas: todos pertenecemos a una misma comunidad que nos precede y a cuya continuidad y mejoramiento estamos llamados a contribuir.
Pues bien, sabemos bien lo que Rodríguez Zapatero piensa de la nación española... Así todo, salvo la Monarquía que –gracias a Dios– nadie se ha atrevido a criticar en serio. Cuando las instituciones son despreciadas y degradadas, como el gobierno socialista y sus socios han hecho en estos seis años, todo queda a la intemperie. No hay cauces de negociación y las decisiones se vuelven erráticas, caprichosas. Las personas, por su parte, quedan brutalmente expuestas. Como es lógico, tienden a no mostrar nada, ni creencias, ni emociones, ni sentimientos. Demasiado peligroso. Lo malo es que una comunidad política no se preserva a fuerza de salvajismo. Así que aquí hay más tarea para quien quiera protagonizar el postzapaterismo: la restauración de las instituciones y la humanización de la vida pública.
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