Historia

Roma

Un año de conmemoraciones

La Razón
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El próximo año 2012 va a estar marcado por grandes conmemoraciones, importantes para la conformación de nuestra conciencia histórica. En primer término va a situarse la Constitucion de Cadiz de 1812. No debemos disminuir su valor e importancia: en ella –incluyendo los reinos americanos al conserver la confesionalidad de la nacion española– se daba un paso decisivo, reconocer que los derechos del hombre pertenecen a su naturaleza y no pueden ser alterados, y son simple resultado de un consenso entre los ciudadanos que pueden llegar al quebranto de la propia naturaleza. En el fondo, como ya Jovellanos advirtiera, era término de llegada en esa forma que se pretendía dar a la consti tución de la Monarquía hispana. Pero desearía que no se olvidasen otros acontecimientos. En 1512 se promulgan en Burgos los Ordenamientos que constituyen piedra angular para las Leyes de Indias. Isabel había muerto en 1504 con el alma amargada por las noticias que llegaban de Indias en donde el gobierno de Colón, extraordinario navegante aunque sin dotes políticas parecía amenazar con una destrucción. En el último instante, la gran Reina fulminó desde el apéndice a su testamento, una norma que para Europa podía resultar sorprendente y contradictoria: todos los seres humanos, cualquiera que sea su raza o color, son portadores precisamente de esos derechos naturales que tienen que serles reconocidos. Hubo un tiempo de vacío, hasta 1508: Fernando no pudo asumir el gobierno, como su esposa quiesera y fue desplazado por Felipe el Hermoso a quien apoyaban los resentidos de la herencia de 1478. Pasó a Italia y dio la impresión de que iba a volcarse con exclusividad en su Corona de Aragón, como una nueva Roma, en torno al Mediterráneo. Pero Felipe el Hermoso murió pronto, antes de que hubiera podido despojar a su esposa de las funciones reales y los españoles despertaran. Voces muy altas reclamaron el retorno de Fernando. Y este, tras dudarlo, aceptó el desafío. Fue entonces cuando hizo a la Monarquía española los dos grandes regalos. Primero el de América. Algunos religiosos como fray Alonso de Montesinos denunciaban una especie de «destrucción». De hecho las empresas privadas con auxilio de la Corona eran un desastre: maltrato a los indios, terribles enfermedades contagiosas, incapacidad para crear fundamentos económicos coincidian en esa destruccion. Los consejeros del rey estaban divididos: más vale dejarlo antes que arrojar esa responsabilidad sobre la Corona (decía el catedratico de Salamanca Matías de Paz). Pero esta alternativa significaría (así lo afirmaba Palacios Rubios) entregar en manos de los aventureros y saqueadores lo que, sin duda, era un Continente o Tierra Firme. Y Fernando, asumiendo la responsabilidad, optó por la segunda alternativa. Llamó a Diego Colón y le dijo que se le iban a restaurar todos los privilegios de su padre. Pero ya no se llamaría almirante o gobernador sino virrey. Aquellas islas y tierras no eran un patrimonio, sino un reino. Y la forma plural de la Monarquía española hizo posible una solución que se apartaba del colonialismo. Los Ordenamientos de Burgos de 1512 son pues como la piedra sillar sobre la que va a levantarse en gran edificio de las Leyes de Indias. No es extraño que Juan Pablo II, a quien estos días conmemoramos, recordara en Puebla que el mayor número entre los católicos cuando se dirige a Dios, lo hace en español. Aquel verano de 1512 los reyes de Navarra, Albret o Foix, que eran al mismo tiempo titulares de enormes señoríos en Francia, se vieron obligados a elegir entre estas dos condiciones. Sus súbditos navarros se sentían miembros absolutos de la nación española. No en vano el Fuero que juraban y de cuyas libertades blasonaban, comenzaba con un recuerdo a Pelayo y Covadonga de donde partía toda la legitimidad. Los Albret eligieron el bando de Francia; era lógico ya que allí se encontraban sus mayores rentas. En el verano de 1512, estando en Burgos, Fernando encomendó al duque de Alba la delicada tarea de negociar con los procuradores de Navarra un pacto, que él más tarde suscribió. En virtud del mismo, el rey aceptaba todas las peticiones que las Cortes de aquel reino le presentaban. Es muy significativo que en el siglo XVIII se mantuviera en la obediencia de Felipe V sin entrar en los juegos de ruptura que practicaban los partidarios del archiduque. Se trata de algo importante y que debe ser recordado: ese reino debe ver reconocidos y, en todo caso, «amejorados» sus derechos caracteristicos.
Acontecimientos para algo más que una simple conmemoración. La nación española, que opera dentro de esa pluralidad que significan los reinos, ha ofrecido al mundo algunos ejemplos valiosos. Por ejemplo ahora Europa debiera ser Unión de reinos y no mera comunidad económica. Y tenemos que recobrar el verdadero sentido de libertad, que no consiste en echar un papelito en una urna optando, entre las propuestas que se le imponen, por aquella que considera menos mala, sino un valor ético, una norma de conducta, aquella que en 1512 con tanto empeño se defendiera. Si los derechos se encuentran afincados en la naturaleza tienen que ser reconocidos, pero no impuestos. Los diputados de Cádiz lo entendían muy bien. Acaso es esa la razón de que se repudiera luego su Constitución.