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La floristería

La Razón
La RazónLa Razón

Todas las maneras de ganarse el corazón de una mujer son interesantes y no creo que pueda establecerse una clasificación teniendo en cuenta los modales empleados para lograr el objetivo. Hay mujeres que sucumben casi sin que él se lo proponga, atraídas por el encanto natural del tipo seductor al que incluso le favorece estar recién despeinado por el viento. En otros casos ella es más vulnerable frente a la gramática y cede ante el declamador profesional que la cerca con toda clase de pócimas literarias y acaba por vencer incluso su alergia al laurel. Pero no nos hagamos ilusiones. Uno puedo emplear sin éxito centenares de frases y ver como su objetivo lo consigue otro hombre sin más esfuerzo que el de echar una firma en el pequeño espacio de un cheque en blanco. Yo recuerdo haber gastado sin éxito todo mi repertorio literario en una mujer invulnerable a la que no le importó reconocer que habría sido más fácil que la convenciese regalándole una caja de bombones. Supe entonces que el amor surge a veces como consecuencia de haber cubierto antes la necesidad de otros placeres previos, incluido el placer del paladar, y que hay mujeres que lo que esperan de un hombre es que tenga la sensibilidad del poeta y la fisiología del leñador, es decir, que en la misma tacada les deje una huella en el alma y un chupón en el cuello. El poeta Antonio Machado se reunía con su amante Pilar de Valderrama, en aquel merendero madrileño de Cuatro Caminos, donde concelebraron un amor asexuado y literario, una contenida pasión anovulatoria llena de lilas y azucenas, clorofílica y diversa como un jardín botánico, en cierto modo claustrofóbica como un invernadero. Al cabo de algún tiempo la historia languideció y nos legaron su amor como un ejemplo de inmaculada relación floral. Ignoro qué habrá pensado aquella mujer al sentirse acechada por un hombre tan espiritual pero carente de fogosidad, pero creo que ninguna de mis amigas habría pasado por algo así. Y no lo digo porque mis amigas carezcan de sensibilidad literaria, sino, francamente, porque creen que cuando un hombre y una mujer se buscan, por lo general lo hacen pensando en estremecerse juntos por algo físico, arrastrados el uno hacia el otro por la fuerza de una emoción primitiva, víctimas felices del instinto. Puede que los haya unido la efervescencia de la literatura, la carga floral de la poesía, pero, ¡demonios!, ella al final lo que espera es que deshagáis juntos la cama, no que montéis a medias una floristería.