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Momento decisivo por Arturo Fernández
A lo largo de esta semana, empresarios y sindicatos van a apurar las posibilidades de acuerdo sobre uno de los capítulos más importantes del proceso de profundas reformas que debe afrontar nuestro país: la reforma laboral.
No es mi intención entrar a abordar las cuestiones técnicas muy concretas que los negociadores de ambas partes están tratando con intensidad, dedicación y una voluntad de acuerdo que debe quedar fuera de toda duda.
En los contactos que el ahora ya presidente del Gobierno Mariano Rajoy mantuvo con empresarios y sindicatos antes de su investidura, quedó establecido un margen de algo más de un par de semanas para que alcanzáramos un acuerdo sobre la reforma laboral que necesita España de manera imperiosa.
Nos encontramos prácticamente al final de ese plazo, y la negociación es constante, permanente y franca. Desde luego, así es por parte de los empresarios y no tengo ninguna duda de que también por parte de los sindicatos. Ambas partes sabemos, o al menos yo lo entiendo así, que estamos ante un momento decisivo en la historia de las relaciones laborales en nuestro país.
Con cinco millones de ciudadanos que no tienen trabajo, con una tasa de paro que es la más alta de una Europa a la que nos costó tanto esfuerzo colectivo incorporarnos, debemos detenernos un instante para preguntarnos si no ha llegado la hora de reformar en profundidad un marco de relaciones laborales que, con adaptaciones, es pre democrático. Todos somos conscientes de que el Estatuto de los Trabajadores vino a intentar adecuarlo a la libertad que, por fin, los españoles recuperamos a finales de los años setenta del siglo pasado.
Pero han pasado casi cuarenta años y estamos ya en la segunda década del siglo XXI. Quien crea que podemos seguir sosteniendo una legislación laboral que se ha quedado evidentemente antigua, anquilosada, es que no vive en la realidad o mantiene dogmas que están bien a las claras superados.
Los empresarios estamos haciendo desde hace ya un par de años una serie de planteamientos en estas materias que están regidos por el interés general, y no por los de una parte. Por la misma razón por la que antes me refería a dogmas superados, también quiero señalar que a estas alturas ya no tiene sentido pensar que los empresarios queremos acabar con los derechos de los trabajadores. Quienes nos consideramos empresarios por vocación sabemos bien que la empresa es equipo, compromiso conjunto de trabajadores y empresarios sobre su futuro y viabilidad.
Siempre he dicho que es necesario acompasar la reforma laboral con la conclusión de la reforma financiera y otras reformas estructurales imprescindibles y perentorias. Pero sin unas normas laborales flexibles y acordes con la situación de un nuevo mundo económico globalizado, tampoco saldremos del atolladero.
Podremos hacerlo si reformamos de verdad la negociación colectiva, permitiendo que las empresas que lo necesiten puedan descolgarse de los convenios fácilmente; o relacionando los salarios con la productividad; o simplificando la actual maraña de modelos de contratación por un esquema más simple en el que sea el referente el contrato fijo con indemnización de veinte días por año con máximo de una anualidad. Ésos son puntos básicos para que la reforma sea útil para la economía española y, por tanto, para empresarios y trabajadores. Otros asuntos negociados son pasos positivos que complementan el núcleo de la negociación al que me acabo de referir.
Empresarios y sindicatos no debemos dramatizar de nuevo si no alcanzamos ese acuerdo nuclear sobre la reforma laboral. Nuestras relaciones son buenas, lo seguirán siendo, y estoy seguro de que mantendremos las vías de diálogo abiertas, porque todos queremos lo mejor para nuestro país. Y porque, llegado el caso, el Gobierno, democráticamente elegido, deberá legislar en este momento decisivo.
Arturo Fernández
Presidente de los Empresarios de Madrid (CEIM y Cámara de Comercio) y vicepresidente primero de la CEOE
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