Ciudadanos
El «chivatazo» tambalea el pacto antiterrorista
En los pasillos del Congreso se hacen apuestas sobre cuánto durará la aparente unidad democrática en la lucha contra el terrorismo. Unos dicen que el detonante será el «caso Faisán», otros que el nuevo partido de Batasuna, y los más atrevidos sostienen que la colaboración entre Gobierno y PP en esta materia ha saltado ya por los aires.
La verdad es que si uno se atiene a lo escuchado ayer en la sesión de control al Gobierno juraría que nada queda de la conjura contra ETA. Cada semana aumenta la tensión cuando en el hemiciclo se habla de faisanes, chivatazos, delaciones y supuestas colaboraciones con la banda durante el proceso de negociación de 2006. De aquellos polvos vienen estos lodos... Hoy el vicepresidente primero se ha convertido en un blanco prioritario para el PP, y el «caso Faisán», su principal instrumento de ataque. Ayer escuchamos al popular Ignacio Gil Lázaro decir que Alfredo Pérez Rubalcaba es el «responsable político» de un caso que definió como la «mayor bajeza del Ministerio del Interior» desde la llamada «guerra sucia» contra ETA y que el hombre fuerte del Gobierno, además de no investigar internamente el caso, ha mentido al Parlamento y ha puesto palos en las ruedas de la investigación policial.
Más allá de todo esto, que no fue poco, el más perseverante de cuantos parlamentarios tiene hoy el PP espetó: «El «caso Faisán» es el precio político que ustedes pagaron por el inicio de ese sucio y mal llamado proceso de paz; apesta a cloaca de Estado y pende sobre su cabeza».
Lo primero que hizo Rubalcaba en su turno de palabra fue salir en defensa de su secretario de Seguridad, Antonio Camacho, y pedir al PP que le traslade una disculpa pública por pretender implicarle en el asunto cuando, según el vicepresidente, existe ya un auto judicial que le exculpa. Luego, pasó directamente al ataque contra los populares, y les recordó que «celebran fiestas y se alborozan con imputados, con procesados, con prescritos, con proscritos»... Un torrente de palabras contra quienes acusó de practicar la doble vara de medir porque «proclaman la inocencia de los suyos cuando pasan por los tribunales pero acosan a alguien como Camacho, que está exculpado». Podría haberlo dejado ahí, pero el todopoderoso vicepresidente afeó a Gil Lázaro por hacerle preguntas que calilficó de «patéticas» con el único objetivo de «lucirse, luego, en las cadenas de extrema derecha». En la bancada socialista se escucharon vítores y aplausos que sólo pararon cuando Rubalcaba lanzó su dardo más envenenado: «A usted no le gusta lo que está pasando; estamos ante el principio del fin de ETA. Esta semana, mejor que la anterior, la semana que viene, todavía mejor, y se lo recordaré una y otra vez en esta Cámara», concluyó.
En la misma línea, se pronunció el titular de Presidencia, Ramón Jáuregui, cuando le interpeló por el mismo asunto el popular Ignacio Cosidó y le contestó que era «sospechoso» que la oposición intentara desgastar al Gobierno con la política antiterrorista en el «momento más interesante y más cercano a la paz que nunca hemos tenido».
Así están las cosas en el Parlamento: el Gobierno, seguro de que ETA se acaba y el PP, convencido de que es una nueva treta y que los socialistas forman parte de ella. ¿Alguien cree aún en la unidad frente a ETA?
Por lo demás, la sesión transcurrió sin más sustancia informativa que el desaire que Rubalcaba hizo a Soraya Sáenz de Santamaría cuando ésta le preguntó por el paro y el vicepresidente dirigió su respuesta a Rajoy como si la portavoz popular no existiera y nunca le hubiera hecho la pregunta.
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