Castilla y León
A Xuan Bello por Víctor M Paílos
Dices, querido Xuan, ser ateo. Pero un ateo que busca todavía. Y cree en algunos que creen. Es, pues, mucho lo que compartes con un monje como yo. Monje es, según San Benito, el que busca a Dios de verdad. Y, ¿cómo buscar a Dios de verdad sin sentir su ausencia en los ausentes? Ellos son los únicos que podrían remediar nuestra nostalgia. Si pudieran volver con nosotros, ¿crees tú que volverían solos? Yo creo que no. Creo que Dios volvería con ellos.
Si volvieran solos, tan solos como se fueron, sería como si nunca se hubieran ido de nuestro lado. Y una vida sin muerte sería una vida sin vida, sin aquello que hace tan profundo y doloroso, a veces, el trance de existir -¿puede haber profundidad sin dolor?- y que llamamos, tú y yo, poesía. No la poesía escrita sino la poesía de la vida misma, la que, a flor de vida, inspira al poeta, hace poetas de los hombres y hombres de los poetas.
Hay un ateísmo natural del alma que todos compartimos por haber nacido y tener que ver morir. Es el ateísmo natural de la ausencia, de la privación, que expresa la «a» de a-teo. Es a-teo el que vive falto de los suyos. Y, en ellos, de Dios. Porque Dios no es, como muchos ateos piensan, la explicación ingenua de lo que no la tiene: la muerte en vida. Es justamente al revés. Es la muerte, sí, la muerte misma, la explicación de Dios.
Es el signo -el sino- supremo de la vida. Los vivos necesitamos despedirnos para poder esperarnos hasta la desesperación. Y, como normalmente bordeamos la desesperación, como la esperanza nos impide caer en ella más de lo que creemos, tenemos tiempo. Yo, para rezar. Tú, para poetizar. Los dos para seguir buscando todavía.
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