Literatura
Alicia Aza un bosque sólido
«El libro de los árboles»Alicia AzaÁnfora Nova56 páginas. 10 euros.Si hay en la naturaleza un elemento simbólico inaugural capaz de sintetizar al ser humano en cualquier mitología es, sin duda, el árbol. Bien lo han sabido, por ejemplo, el Octavio Paz de «Árbol adentro», que representa en el follaje el laberinto de la soledad interior, o el Lezama Lima de las «eras imaginarias», que recrea el origen de la humanidad en un árbol fecundado por un río.
Esa simbología humana, una suerte de botánica existencial, preside el viaje intimista que propone Alicia Aza (Madrid, 1966) en «El libro de los árboles». Pese a tratarse de su primer poemario, se perfila aquí una voz muy sólida y personal, capaz de dominar la encrucijada de las corrientes más contrapuestas, entre romanticismo y realismo, impresionismo y expresividad, trocando mágicamente la naturaleza externa en paisaje interior. Y, algo que no abunda en el panorama de la poesía actual, hay al fondo de su bosque una maceración de numerosas lecturas, de guiños intertextuales con sus poetas y autores predilectos, que no impiden que aflore su árbol más singular. Con verso contenido y cáustico, se sirve de la vida arbórea como un espejo en el camino para representar la insoportable levedad del ser y, sobre todo, del amor. No por nada, el libro se abre con sendas citas de Salinas y Emily Dickynson, que entre ambas plantean la frágil reversibilidad del amor y el desamor.
Un «aroma usado»
El libro se estructura en tres apartados, desde «Los árboles que nos habitan»; «Los humedales sombríos», donde arraigan con mayor vehemencia, y casi sincrónicos, el deseo y el olvido, y «Bajo las ramas de la memoria», suerte de síntesis dialéctica, que busca el refugio en los placeres efímeros y en la liturgia de la amistad y la costumbre, cuando prevalece ya un «aroma usado», se avivan «rescoldos pasados», y «Todo remite a narraciones / con protagonistas ausentes». Desde la soledad arraigada al movido follaje de las copas, se describe aquí una ética de la resistencia; entre la constatación inicial de que «Como árboles nacemos y morimos» y el aprendizaje de lo nunca consumado: «Nuestro mar es el mismo/el que otorga y revoca».
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