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Madrid proyecto español

La Razón
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En los años 80, Madrid era socialista. Treinta años después aquello es historia, de la antigua. Del socialismo en Madrid quedan cosas, por supuesto, pero casi todas viejas, inutilizables, un poco extravagantes. Ni siquiera sobrevive el famoso cinturón rojo: ciudades tan importantes como Alcorcón, Leganés e incluso Getafe pueden dejar de ser socialistas el 22 de mayo. Hay más: Madrid ha hecho del antisocialismo una bandera, una cuestión de identidad. No es que los madrileños hayan cambiado de voto, que lo han hecho. Es que han cambiado de perspectiva vital. Por el momento, Madrid es antisocialista.

Para comprender una transformación tan notable hay que empezar por la política del PSOE en Madrid y en el Gobierno. Cuando Madrid era socialista –tiempos ingenuos aquellos– los socialistas detuvieron el deterioro urbanístico de la ciudad, pero acto seguido la encerraron en un callejón sin salida. Pensaban que ya no habría crecimiento económico, y la ciudad y la Comunidad quedaron asfixiadas, sin perspectivas de renovación ni de progreso. El proyecto de Rodríguez Zapatero se parece mucho a aquello. Como Madrid ha venido a representar lo contrario de aquel deseo, en los últimos años el Gobierno socialista se ha esforzado por castigar a los insubordinados. Los insubordinados, es decir los madrileños, han respondido con claridad.

Madrid, por otra parte, ha recibido un gigantesco impulso con la España democrática. El Estado autonómico no ha disminuido su papel. Al contrario, lo ha intensificado al hacer posible la auténtica vocación de Madrid, nacional y española desde el principio. Gracias a la democracia, a la descentralización y a la integración de nuestro país en la economía global, Madrid se ha convertido en lo que tenía que ser: una ciudad global, una metrópoli de referencia en el mundo. No hay nada que los socialistas aborrezcan más.

La actitud de los gobernantes de Madrid ha sido fundamental para este cambio. Ruiz-Gallardón ha estado obsesionado, y con razón, por la dimensión global y la imagen de un Madrid moderno, identificable, y también más cómodo, más habitable, más atractivo. Lo ha conseguido. Esperanza Aguirre, aparte de las grandes políticas de infraestructuras y de transportes, ha logrado recrear una idea integradora de lo madrileño, hecha de liberalismo y de populismo de buena ley, una combinación que habla de su vitalidad y su escaso dogmatismo.

Así que Madrid se ha convertido en el escaparate de una España orgullosa, con dignidad, que no mira al pasado, que no vive en el resentimiento guerracivilista, que ha dejado atrás el socialismo como alternativa a la democracia liberal. Por eso mismo los dirigentes madrileños deberían hacer acopio de prudencia y recordar que el éxito de Madrid es, antes que nada, el éxito de España, del conjunto de la nación. Madrid no es una capital puramente política. Es una ciudad y una comunidad de naturaleza nacional, y si a los ocho años de socialismo que llevaremos a la espalda en 2012 sumamos otros ocho (16 en total), ni España ni Madrid, con toda su energía, saldrán adelante en tres o cuatro generaciones.