Barcelona

Veronese hace volar a «La gaviota»

El más innovador de los directores argentinos estrena «Los hijos se han dormido», su tercera adaptación de un Chéjov, mientras triunfa en Madrid con «¿Quién teme a Virginia Woolf?»

De izda. a dcha., Marina Salas, Susi Sánchez, Malena Gutiérrez, Aníbal Soto, Alfonso Lara y Miguel Rellán, en la obra Rellánrespectivamente
De izda. a dcha., Marina Salas, Susi Sánchez, Malena Gutiérrez, Aníbal Soto, Alfonso Lara y Miguel Rellán, en la obra Rellánrespectivamentelarazon

Daniel Veronese nació en Avellaneda hace casi cincuenta y siete años. Es, sin duda, un director argentino, como delatan su acento, su biografía y su facilidad para construir un diálogo fluido. Pero, cada vez más, Daniel Veronese es también un director apadrinado por España. Nos visitó por primera vez en 1992, con su compañía Periférico de Objetos y la obra «El hombre de arena» –cuenta una hermosa anécdota de aquella experiencia en Cádiz, con una crítica adversa y un emotivo acto de apoyo protagonizado por Paco de La Zaranda– y, desde entonces, sobre todo en la última década, no ha dejado de estrenar en Madrid y Barcelona. En La Latina, el telón sube cada noche con éxito «¿Quién teme a Virginia Woolf?», y esta semana estrena además en Matadero «Los hijos se han dormido», una personal revisión de «La gaviota» con un reparto español repleto de talento: Susi Sánchez, Ginés García Millán, Miguel Rellán, Malena Alterio, Pablo Rivero, Diego Martín, Alfonso Lara, Marina Salas...

Actores que arriesgan

«He trabajado con repartos argentinos, españoles, mexicanos, brasileros... Y creo que el español es el que más se acerca al sentir argentino. No encuentro dificultades aquí. Puede ocurrirme con algún actor, pero igual que en Argentina. hay actores muy buenos aquí, deseosos de probar, soltarse del borde y sumergirse en la piscina», cuenta el director, que ha llevado a escena infinidad de montajes contemporáneos y muchos textos propios. Estrenada en el Teatro San Martín de Buenos Aires en 2011 con elenco argentino, ésta es su tercera adaptación de un texto de Chéjov después de que hiciera suyas «Las tres hermanas» y «El tío Vania», transformadas respectivamente en «Un hombre que se ahoga» y «Espía a una mujer que se mata». También ha jugado a renombrar –y algo más– a Ibsen en «Todos los grandes gobiernos han evitado el teatro íntimo» («Hedda Gabler») y «El desarrollo de la civilización venidera» («Casa de muñecas»). En febrero de 2013 estrenará en Cataluña «La buena gente», una pieza de 2011 del norteamericano David Lindsay-Abaire. Y después dirigirá en Buenos Aires a Gloria López en «Cena con amigos».

Aclara Veronese que no se plantea sus Chéjov como una trilogía. De hecho, tiene pensado adaptar «Platonov»: «Tampoco dialogan uno con otro», asegura. Además, el director les da la vuelta a los textos e inserta extractos, situaciones y personajes de unos en otros. En esta «gaviota», por ejemplo, se podrán reconocer partes de «El jardín de los cerezos». «Con Chéjov, la preocupación, las discusiones, los conflictos, los deseos y la necesidad de realización son muy similares en sus personajes –justifica el director–. Hay varias situaciones que se repiten: siempre hay un doctor que tiene comunicación con la naturaleza o con el espíritu humano; siempre hay alguien que ama a alguien y no es correspondido, y a su vez esa persona ama a otra y se da una cadena de amores. Aquí, en "La gaviota", es donde más se ve».

En este retrato de insatisfacciones, «o de satisfacciones encubiertas en insatisfacciones», matiza, «Chéjov hace hincapié en que es muy difícil encontrar la felicidad en la vida. En general, elegimos de forma equivocada». También hay en el texto una reflexión sobre la naturaleza del arte. En su «Tío Vania», ya había un guiño anacrónico a esta reflexión: Vania y Astrov representaban una escena de «Las criadas», de Genet. «Aquí, cuatro de los personajes están muy relacionados con el teatro. A mí me apasiona siempre lo metateatral, las referencias a un lugar que conozco mucho y que está lleno de satisfacciones, pero también de angustias. Los verdaderos artistas están siempre en un estado de fragilidad: su producto es poco tangible. Si te dicen que no gusta, desapareces: no eres un arquitecto que sabes que, mezclando una serie de materiales, la casa resiste. En teatro, dos más dos no da cuatro. Somos presos de la aprobación del otro».

Un director que son dos
En la piel de Veronese parecen convivir dos directores, el que se mueve con comodidad en el teatro comercial, aportándole su toque, y el que dirige en un garaje bonaerense sin apenas medios. Chéjov perfila un debate, diferente pero relacionado, en boca de Treplev, que aspira a renovar la dramaturgia y discute entre «formas nuevas» y «formas antiguas». «No tengo mucha razón para decir que las nuevas son mejores, porque pueden estar equivocadas, y hay formas antiguas que funcionan. Todo depende de la actitud con la que el artista se acerca a la obra de teatro –explica el director–. Si una versión original de "La gaviota"está bien hecha, chapeau. Yo, por mi forma de trabajar, necesito modificarla. Ocurre lo mismo con los clásicos. Las nuevas formas pueden ser en realidad muy poco experimentales y muy burguesas».
De la misma manera, el teatro que lleva la etiqueta de «convencional» puede sorprender. «Es un tema interesante, porque me toca: yo hago teatro comercial, y trabajo igual con los actores: no tengo un método para el comercial y otro para el experimental. Cambia la profundidad de escena: soy consciente de que, en el primero, el público es distinto, va buscando resultados, y tengo que adecuarme. Obviamente, lo tengo que hacer bien, y por eso cuento con actores que me gustan». Como no sólo de cultura vive el argentino, Veronese es futbolero, de Bocca –«¿de cuál si no?»–, y acude a otro deporte para ilustrar la dicotomía anterior: «Es como ser un piloto de carreras: no puedes acelerar de la misma forma si compites en Fórmula 1 o en karts.

A mí, como director, enfrentarme a ese riesgo me gusta». Y matiza entre risas: «No sé cuál es la Fórmula 1, no me lo preguntes. Puedo decirte que aprendí a manejar en el teatro independiente y que me gusta hacer comedias, pasarlo bien, pero a veces necesito ver algo trascendente, que me haga pensar y enojarme con el mundo. Mis puestas en escena independientes son más un quebradero de cabeza, contradictorias en términos teatrales, por el tipo de producción, escueta, mínima: en alguna, los actores actuaban con la ropa que traían de su casa. El desafío está en hacer teatro también con eso». Y en la escena argentina saben mucho de trabajar así, de «no bajar los brazos y pelear».

La generación rompedora
Daniel Veronese (abajo, en La Latina, donde vive en sus meses madrileños) forma parte de una ola de teatro bonaerense inconformista, directores que pueden hacer gran teatro aunque saben trabajar con cuatro pesos y que han encontrado su sitio en la escena española: Claudio Tolcachir, Pablo Messiez, Rafael Spregelburd, Javier Daulte... No sin reticencias, cuando se le piden más recomendaciones, Veronese cita a Ciro Zorzoli, Federico León, el dúo formado por Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob, Sergio Boris y el «maestro de actores» Ricardo Bartis.
 

l cuándo: del 10 de octubre al 9 de diciembre. l dónde: Matadero Madrid. l cuánto: de 18 a 25 euros. Tel. 91 360 14 84.