Constitución

Reformar la Constitución por J A Gundín

La Razón
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A izquierda y derecha se aboga por reformar la Constitución. Tal vez haya llegado el momento de hacerlo. Es verdad que a todos asusta tocar un texto que ha obrado el milagro de la convivencia y de la civilidad en un país de taifas y caínes. En la historia española no hay experiencia que se la pueda comparar por sus muchos beneficios. Pero crecen las voces que reclaman un cambio profundo. Los «indignados» le niegan legitimidad, a los nacionalistas no les basta y son numerosos los ciudadanos que la creen obsoleta en aspectos fundamentales como la organización del Estado, el Senado, el Tribunal Constitucional, el Poder Judicial, la Ley Electoral o la Casa Real. Además, se le atribuye en parte el desprestigio de las castas política y sindical por no regularlas con mayor transparencia. Y, es cierto, la España de hoy es muy diferente a la de 1978. Sin embargo, también existen razones poderosas para no tocarla ahora. La crisis económica, en primer lugar. No parece muy sensato cambiar de caballos cuando se atraviesa un río turbulento y desbordado. Lo que urge es llegar a la otra orilla. Tampoco hay garantías de que una nueva concitara el mismo consenso. Nada sería tan funesto que, por cerrar una época, se abriera la caja de Pandora de todos los males guerracivilistas. En todo caso, la reforma constitucional deberá ser el último paso, no el primero, de un debate entre los dos grandes partidos y los nacionalistas. La Constitución, como hija del pacto, es el final de trayecto, no el banderazo de salida. Lo que procede, por tanto, es ordenar ese debate y establecer ya sus reglas. No hay mucho tiempo por delante y sería deseable que en cuatro o seis años hubiera un nuevo texto constitucional que contara con el respaldo mayoritario de todos los españoles. La España que resurja de la crisis será muy distinta a la de hace 40 años y lo razonable es que su Constitución también lo sea.