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El lecho del dolor por Lucas HAURIE

La Razón
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La postración de Mercedes Alaya en una cama de hospital habrá excitado los sueños de mucha gente, y por distintas razones. No procede aludir a esa trilogía de las cincuenta sombras, pese al proverbial atractivo de la magistrada, sino más bien al deseo de los malos de que la estancia en el lecho del dolor se prolongue y al (tal vez secreto) anhelo de la protagonista de convertirse en un mártir de esa sociedad civil que ella encarna casi en solitario, a falta de otros voluntarios para cruzar sus espadas con los poderosos en general y con los socialistas andaluces en particular. El asunto, sin embargo y por desgracia, queda lejos de resultar anecdótico porque, en una justicia tan penetrada por la política como la que padecemos, una simple baja por enfermedad supone que un caso se empantane o, a lo peor, se malogre. Ciertos suplentes sería mejor que no se moviesen de casa y encima, en el colmo de la mala suerte, el vacío judicial coincide con las conclusiones de la comisión a medida que le confeccionó Valderas a su eficiente empleado, José Antonio (¡¡presente!!) Griñán, y con los dictámenes amputados de esa cámara de cuentas que tiene de independiente lo que un rabino de mahometano. Lágrimas como mandarinas le deben estar cayendo a doña Mercedes en su forzado internamiento al contemplar esta exculpatoria conjura. Que, desmintiendo a Ignatius Reilly, no es de necios sino de listos; pues bien saben lo que les interesa.