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El proyecto Manhattan

Con este plan secreto, la sociedad civil estaba cediendo la soberanía de la ciencia a las Fuerzas Armadas. La bomba atómica fue el primer resultado

El proyecto Manhattan
El proyecto Manhattanlarazon

El 18 de junio de 1942, el coronel James Marshall, del Cuerpo de Ingenieros, recibió órdenes para formar una nueva dependencia en su Cuerpo destinada a proseguir un trabajo especial (la fabricación de bombas atómicas). La dependencia, que fue creada oficialmente el 13 de agosto, fue denominada Manhattan Engineer District (Distrito de Ingeniería de Manhattan), ya que Marshall había instalado su cuartel general en Nueva York, en Manhattan. Por razones de seguridad, el trabajo del que se ocupaba se denominó Proyecto DSM (las siglas de Development of Substitute Material: Desarrollo de Materiales Sustitutivos). Se trataba, por supuesto, de lo que se vendría a con a conocer como, simplemente, Proyecto Manhattan, a cuyo frente se puso el 17 de septiembre a un oficial extremadamente capacitado del Cuerpo de Ingenieros, el, entonces, coronel (más tarde general) Leslie R. Groves (1896-1970), cuyo nombre quedaría unido permanentemente al proyecto atómico norteamericano.
Es importante señalar que con la asiganación del Proyecto Manhattan al Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense se estababa dando un paso, cuyas consecuencias marcarían el desarrollo de la ciencia de la posguerra y, más indirectamente, la historia sociopolítica mundial de las décadas de 1950 en adelante. Expresado brevemente: la sociedad civil estaba cediendo la soberanía de la ciencia a las Fuerzas Armadas.

(...) Bajo la cobertura de aquel proyecto se fabricaron las primeras bombas atómicas de la historia. El preceso implicó a diversos agentes de la sociedad estadounidense: industrias, ingenieros, militares y, por supuesto, físicos y químicos. Especialmente importante fue el laboratorio de Los Álamos, el lugar donde se abordó el problema de utilizar todos los materiales, dispositivos y conocimientos obtenidos en otros centros para fabricar realmente la bomba atómica, la meta final de aquellos trabajos preliminares. Entre las tareas iniciales del Laboratorio Metalúrgico de Chicago figuraba la de realizar un estudio previo de la física de la bomba atómica. Algunos de estos estudios fueron efectuados en 1941, pero eran bastante incompletos. Al fin y al cabo, la urgencia de estas investigaciones no era tanta, puesto que la verdadera construcción de la bomba constituiría la parte final del programa. Fue a mediados de 1942 cuando se organizó un grupo con tal fin en Chicago, bajo la dirección de Robert Oppenheimer (1904-1967), un neoyorquino de ascendencia judía que estudió física y química en Harvard, licenciándose en sólo tres años. Una vez graduado se trasladó a Europa, justo en los años en que en el Viejo Continente se acababa de alumbrar la mecánica cuántica, una teoría que cambiaría la física.

(...) En el verano de 1942, Oppenheimer organizó un encuentro en Berkeley para explorar los aspectos teóricos de las explosiones nucleares; entre los participantes se encontraban Hans Bethe, John van Vleck, Edward Teller, Robert Serber y Felix Bloch. En noviembre de 1942 se eligio un lugar, Los Álamos, en Nuevo México, a unos 48 kilómetros de Santa Fe, para instalar en él el laboratorio de la bomba atómica propiamente dicho. La mayor ventaja de este lugar, al que sólo se podía llegar a través de un tortuoso camino, era que disponía de una extensión de territorio considerable para posibles pruebas. Oppenheimer fue el director del laboratorio desde el comienzo, laboratorio, por cierto, que se adjudicó a la Universidad de California.

(...) La primera prueba nuclear, denominada «Trinity», se llevó a cabo en las primeras horas de la mañana del 16 de julio de 1945, en la desiertas tierras del Jornada del Muerto, cerca del Alamogordo, en Nuevo México. Se tratata de una bomba de plutonio, el otro material fisionable, que se había fabricado en los aceleradores de Berkeley y en los reactores de Oak Ridge. No se creyó necesario probar la bomba de uranio, tan seguros estaban de que funcionaría.
Y así, el 6 de agosto de 1945 un bombardero B-29 estadounidense –el famoso «Enola Gay»– despegó de la isla de Tinian con una carga mortífera que lanzó sobre Horoshima a las 8:15, hora local. Se trataba de «Little Boy», una bomba atómica de uranio, de unos 4.500 kilogramos de peso y unas 13.000 toneladas de TNT de potencia. Su efecto fue terrible. (...) Tres días más tarde (11:02 hora local) le tocaba el turno a una bomba de plutonio: «Fat Man». Su objetivo fue Nagasaki.

(...)Es fácil imaginar el impacto que la disponibilidad de bombas atómicas ejerció sobre el Gobierno estadounidense y sus Fuerzas Armadas, un impacto que repercutió en el apoyo del que dispuso a partir de entonces la investigación científica. La I+D (Investigacion y Desarrollo) federal pasó de 74 millones de dólares en 1940 a 1.590 millones en 1945. El grado y la intensidad con que Estados Unidos utilizó centros universitarios para I+D militar durante la Segunda Guerra Mundial le distinguió de las restantes naciones industriales implicadas en la contienda, en las que tales trabajos fueron realizados principalmente en instalaciones gubernamentales o privadas.

(...)Si los científicos vieron con claridad algunas de las ventajas que se derivaban de una vinculación con los militares, éstos, por su parte, no dejaron de percibir cómo cambiaba su profesión con las posibilidades que ofrecía la ciencia y la tecnología. La seguridad nacional dependería en el futuro de la superioridad tecnológica, más aún teniendo en cuenta que el escenario de operaciones militares que manejaba Estdos Unidos cubría no sólo su propio territorio, sino también Europa y, en menor medida, otros continentes.

Semejantes impresiones se vieron reforzadas cuando el 3 de septiembre de 1949, en una de las muestras que uno de los aviones B-29 que la Fuerza Aérea estadounidense utilizaba para analizar el aire sobre Japón, Alaska y el Polo Norte, se encontraron, sobre el Pacífico Norte, cerca de Japón, evidencias de que se había produdido la primera explosión nuclear soviética. Había tenido lugar el 29 de agosto («Joe 1», la denominaron los norteamericanos).

Miguel ARTOLA y José Manuel SÁNCHEZ RON

 

Ficha técnica
Título del libro: «Los pilares de la ciencia».
 Autor: Miguel Artola y José Manuel Sánchez Ron.
 Edita: Espasa.
 Sinopsis: libro monumental en el que ninguna ciencia está ausente. Narrado con claridad –propia de dos grandes a académicos e historiadores– desentraña las investigaciones que han tenido consecuencias en nuestro presente.