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El escalpelo

La Razón
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Las pasadas elecciones las ganaron en parte la angustia y la desesperanza de miles y miles de personas que veían cómo los nubarrones de la economía y del desempleo se cernían sobre sus cabezas sin que el Gobierno les trasladara una brizna de ilusión. Al grito de «no podemos seguir así» marcharon errantes a las puertas pacientes de un Rajoy seguro de su victoria. Ciertas vacilaciones y desahogos de Zapatero en materia fiscal y económica y alguna escapada con escasa compaña a jardines estériles hicieron el resto.
El PP ha tomado prestada la agónica frase de Jesucristo a Judas, «lo que tengas que hacer, hazlo pronto», si bien el propósito de las reformas no parece orientado a la traición y muerte del electorado, sino a la resurrección y la vida. El tiempo dirá si caminamos hacia ella o directamente al Gólgota. En esta disyuntiva cifran sus desavenencias los proponentes y los grupos sindicales y la izquierda española. Mientras a muchos ciudadanos les tiembla el alma por no poder llegar a fin de mes, al Gobierno no le ha temblado el pulso para hacer la más profunda reforma laboral de la democracia.
En unas circunstancias económicas apáticas como nunca, con una gran rigidez en las relaciones laborales, con la desconfianza y el desánimo de los emprendedores como principales compañeros de camino, era de esperar una reforma no sólo cosmética. Casi nadie discute su severidad. Incluso el ministro de Economía invitó a caerse del guindo a quien pensara lo contrario. El Gobierno tiene ante sí a una ciudadanía anestesiada en la camilla de operaciones. Dormimos. Dentro de cuatro años será irrelevante preguntar quién y por qué llegamos al hospital. Se pedirán frutos o responsabilidades políticas. Ahora, el PP tiene la posibilidad de destripar las zonas enfermas o equivocarse y clavar sin piedad en órganos vitales. Ésta es la sana inquietud de quienes más piensan en las clases trabajadoras y más desfavorecidas. Ése el grado del debate: la equidistancia entre una inactividad política irresponsable y un bisturí irreversible y sin límites. El Gobierno ha movido ficha y, sea cual sea la intensidad de reacción de la oposición, se equivoca si piensa que la única alternativa es el silencio.