Bruselas

Alemania

La Razón
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Al final, y como era previsible, Merkel se ha puesto seria y ha impuesto a los países de la UE un principio de disciplina para las economías nacionales. Es bien sencillo. Hay que evitar situaciones como las del pasado mes de mayo, cuando el agujero griego y la irresponsabilidad de gobiernos como el español estuvieron a punto de dar al traste con sus propias economías y con el proyecto económico y político europeo. Porque ese ha sido el resultado del cinismo alucinado de Zapatero: íbamos a volver al corazón de Europa y por poco acabamos con la Unión monetaria y con la europea, que difícilmente habría sobrevivido a la quiebra descontrolada de un país tan importante como España. A partir de ahí, España, un gigante convertido en enano político, perdía el poco crédito que le quedaba para tomar parte en las decisiones. En la reunión de Bruselas hemos vuelto a hacer el papel de figurantes que tenemos asignado desde 2004 y hemos aceptado el paquete de sanciones. A cambio de la incorporación de la disciplina económica al Tratado de Lisboa, Alemania sigue cumpliendo su papel de motor de la Unión… sin por ello comprometerse a salvar todos los muebles en todos los casos. Quiere responsabilidad del sector privado y sanciones políticas. Estas dos exigencias serán difíciles de aceptar, pero han puesto de relieve algo inquietante. Los alemanes andan preocupados por una situación de la que no se sienten responsables pero que les afecta de una forma particular. En realidad, la opulencia y la exuberancia gubernamental de la que disfrutamos así como nuestros generosos derechos sociales se financian, en buena parte, a cargo de los alemanes. El endurecimiento de la posición de Alemania significa que están cansados de este juego. ¿Hasta cuándo lo mantendrá? ¿Cuál es su objetivo final? En esto, los alemanes se muestran prudentes y enigmáticos. Habrá que seguir con atención lo que ocurra en Alemania porque allí se está jugando parte de nuestro futuro. (Los británicos, más fáciles de entender, han dejado bien claro a funcionarios y eurócratas que no pueden despilfarrar más y que no habrá subidas absurdas del presupuesto comunitario).