Artistas
«Vamos a echarles de menos»
A lo largo de esta tarde Juana y Antonio Meño irán trasladando sus pertenencias a su casa de Móstoles.
El último chocolate calentito en la churrería de enfrente, el último masaje a Antonio bajo un techo de lona o el último «échale un ojo a la puerta que voy un momentito al baño». Ayer fue el día de las despedidas en la plaza de Jacinto Benavente. Se acabaron las hojas de firmas a la puerta de casa y el café de máquina: los Meño vuelven a casa. A lo largo de toda la jornada de hoy, cuando vayan empaquetando sus pertenencias –en quince metros cuadrados caben más cosas de las que uno imagina– a Juana y a Antonio se les caerá más una lagrimilla cuando digan adiós al quiosquero, al guarda jurado del Ministerio y a los camareros de los bares cercanos que a tantos cafés les han invitado.
Aunque se van porque han logrado ganar una batalla «imposible», muchos confesaban ayer que les iban a echar en falta. Juan, por ejemplo, ha sido como el «hijo adoptivo» de Juana durante todo este tiempo. Este joven de 31 años y que lleva cuatro trabajando como guarda jurado de esta sede del Ministerio de Justicia cuenta el cariño que le ha cogido a esta familia, que han vivido a tres metros de su puesto de trabajo. «Ayer –por el miércoles– vino corriendo a darme un abrazo en cuanto se enteró de la noticia del Supremo. Les voy a echar mucho de menos, la verdad», explica el joven. «Les dejábamos entrar al baño, a la máquina de café o le echábamos un vistazo a la caseta si ella tenía que salir un momento, nada del otro mundo, pero sobre todo nos hemos hecho mucha compañía», dice mirando a Juana, a quien pregunta con un irónico enfado: «¿Con quién voy a hablar yo ahora?» La madre de Antonio Meño, emocionada, le repite la frase que tantas veces a escuchado de la boca de este chico en los momentos más bajos: «Aguanta Juana, que te lo dice Juan». En definitiva, las emociones de ayer en la céntrica plaza eran una extraña mezcla de alegría y tristeza. «El del quiosco también se ha portado muy bien, nos ha dejado enganchar la luz y nos daba el periódico cada vez que salía algo de lo nuestro», explica Antonio Meño padre. El primo de éste y a la sazón el «arquitecto» y «constructor» de la caseta también andaba ayer por allí. «Ha aguantado bien ¿eh? Ahora, hasta me da pena tirarla abajo», comentaba Ángel. En el interior, un tocayo suyo, pero búlgaro (Angelo) daba un masaje «energético» al enfermo. Lo hace un par de veces por semana y de forma voluntaria. Le pone música relajante y le masajea con aceite de oliva. Limpieza de chacras, reiki... «Todas esas cosas en las que la gente no cree pero que funcionan, ya lo veréis», dice el experto.
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