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Sexo con buzo por José Luis Alvite

La Razón
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Desde que nace y hasta que muere, el hombre se debate entre lo que le piden los instintos y lo que le aconseja la razón. A veces uno acierta con la síntesis y encuentra razonable aquello que le pide el cuerpo, sobre todo cuando es joven y duda de que un razonamiento sea necesariamente mejor que un impulso. Yo me he resistido siempre a la idea de que lo impulsivo raras veces coincide con lo inteligente. Es cierto que el sexo, por ejemplo, puede ser muy placentero si se mezcla en dosis adecuadas con el pensamiento, pero tampoco hay nada de malo en que al meterse con su chica en la cama, uno se olvide de Proust y recuerde lo que hacía con las hembras el cerdo de la cochiquera. Mi amigo intelectual fue incapaz de satisfacer sus deseos en las dos ocasiones que me acompañó a un club de carretera porque su cabeza lo analizaba todo desde la óptica de los modales y de la cultura, como un buzo preocupado por la composición del agua. Se convenció de su error cuando al tercer intento la fulana se plantó y le dijo: «No te rompas demasiado la cabeza, encanto. Déjate llevar. En tu cabeza sólo tienen que estar mis caderas. Mantén le mente en blanco y se te llenará de instintos. Los perros lo hacen sin haber estudiado. Puede que por falta de cultura los jodidos perros no lleguen a ministros, pero a cambio tampoco usan gafas». A veces lo sensato es renunciar a la razón. Mi amigo intelectual acabó aficionándose al sexo con naturalidad, al placer sin necesidad de romperse la cabeza. Ahora vive casado con una chica corriente y son felices en la cama. Y aunque hace tiempo que no hablamos, creo que me daría la razón si le dijese que hay momentos de la vida en los que un aforismo no es en absoluto mejor que una erección.