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Los otros Campeones

La Razón
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No se vistieron de corto ni salieron a la hierba del Soccer City, no se quitaron la camiseta ni saltaron con la Copa, no corrieron detrás de los holandeses y no tuvieron fiesta al día siguiente porque su trabajo se lo demandaba. Son los empleados de la RFEF, los trabajadores que prepararon, liderados y coordinados por Jorge Pérez, secretario general, el gran recibimiento. Las calles de Madrid estaban abarrotadas, la Explanada del Rey hasta los topes. Hubo un esfuerzo enorme de negociaciones, de conversaciones, de acuerdos entre todas las partes para que la fiesta fuera un espectáculo limpio, sano y, sobre todo, seguro. No se produjeron incidentes. Dos millones de personas pudieron vivir y disfrutar de la felicidad suprema, del elixir de la gloria. Para ello, cada paso del programa de actos estaba medido, cuidadosamente preparado y milimetrado: las visitas, el recorrido, las paradas, el acelerón final para no llegar demasiado tarde al show del río Manzanares. Nada quedó a la improvisación. La posterior cena de las familias en el Mesón Txistu, la celebración pública y la privada resultaron extraordinarias y todos fuimos felices. Les debemos agradecer a cuantos participaron desde las instituciones y desde la Federación su magistral trabajo, su esfuerzo superlativo y su éxito absoluto.

A diferencia de otras fiestas, el presidente no se hizo ni una foto con la Copa, y todo el protagonismo fue para los futbolistas y el cuerpo técnico. El fútbol fue también impecable en las formas. En la RFEF, además de organizar más de un millón de partidos cada año, se ha creado un estilo. Nada es casual.