Benedicto XVI
Mantillas por Alfonso Ussía
La solemnidad de los actos religiosos en el Vaticano está marcada y establecida por normas seculares
Desde que los muy buenos profesionales del diario «El País» han sabido que ya no pueden vivir tan bien como antes, apretarse el cinturón o quedarse en la calle, según palabras de su ser supremo Juan Luis Cebrián, cuyo sueldo de doce millones de euros «es el normal en el mercado», tengo la sensación de que han decidido que el periódico lo haga su presidente. De no ser así, nadie habría intentado ridiculizar la presencia de Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal en el Vaticano durante la ceremonia en la que el Papa Benedicto XVI elevó al rango de «Doctor de la Iglesia» –cuarto español en la Historia de la cristiandad–, a San Juan de Ávila.
Al diario independiente de la mañana –como decía Santiago Amón, «porque se independiza de las mañanas»– le ha producido estupor que doña Soraya y doña María Dolores asistieran «con mantilla». Les ha parecido un exceso. En breve, escribirán que al Desfile del 12 de octubre, El Rey, y los Jefes de Estado Mayor del Ejército de Tierra y del Aire, así como el Almirante Jefe de la Armada, «asistieron de uniforme». He echado en falta el siguiente comentario en la crónica del matutino: «El Papa, inesperadamente, apareció vestido de Papa, lo cual demuestra su escaso respeto hacia los que no nos consideramos creyentes». En efecto, un Papa que se viste de Papa es un provocador.
El protocolo de la Santa Sede es muy estricto. Las mujeres españolas invitadas con el rango de primeras personalidades a sus actos, acostumbran a vestir de negro y cubrirse con mantilla. No es obligatoria la peineta, para consuelo de «El País». Doña Soraya llevaba mantilla, y doña María Dolores, mantilla y peineta, y estaban de dulce. Y siempre de negro, como María Teresa de la Vega cuando visitó al cardenal Bertone para arreglar no se sabe qué asuntillo. Solamente pueden acudir de blanco las reinas de España o nacidas en España que visiten a Su Santidad el Papa. Es decir, la Reina Sofía y hasta el fallecimiento de su marido, Balduino de Bélgica, la Reina Fabiola. Se trata de un privilegio protocolario muy de agradecer.
La solemnidad de los actos religiosos en el Vaticano está marcada y establecida por normas seculares. No están en otro tiempo, sino que el tiempo de la Santa Sede no responde al calendario normal. ¿Qué importa que sea sábado o domingo si allí se maneja la eternidad? Pero sus solemnidades y sus protocolos no los toca nadie. Entiendo que esa inflexibilidad no sea «moderna y progre», pero gracias a ella la hondura y majestuosidad de sus celebraciones, emocionan y sobrecogen. Si Tarradellas expulsó de su primera reunión del Gobierno de la Generalidad a un consejero petimetre que se presentó como si fuera a emprender una jornada de senderismo, es lógico que el Vaticano exija un respeto estético a sus invitados, y nada más estético para una mujer que la mantilla y la peineta.
La próxima noticia de Cebrián –si persisten en dejarle sólo los que viven peor gracias a su gestión–, será la siguiente: «Entre los asistentes, destacó la presencia de centenares de monjas retrógadas vestidas con hábitos de sus diferentes órdenes y carismas». Al Vaticano, las monjas no llevan pantalones vaqueros y camisetas con la leyenda «I love NY». Es lógico, Cebrián, y no se me soliviante. No todas las cosas son y salen como uno quiere, y menos con la Iglesia de por medio, como bien nos anunció Don Quijote.
Ya sabemos que en «El País» las mantillas no gustan y promueven escándalo. Pues pip-pip.
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