Crítica de libros
Los órganos sexuales por Marina CASTAÑO
Los hombres tratan a sus penes como la ventrílocua Mari Carmen trata a doña Rogelia, o al león Rodolfo, o José Luís Moreno a Monchito. Sí, este último símil me encaja mejor, por ser ambos poseedores de miembro, bueno, al menos uno de ellos, o sea, José Luís. Pero con esto quiero decir que el macho confiere identidad propia a su dardo: le habla, pretende que se asusta, pretende que puede estar pasando un mal momento. Y no sólo eso, sino que también le da nombre o apodo: Manolito los españoles, los ingleses Dick o Willy, o sea Ricardito o Guillermito. Los rusos le dirán Boris, me imagino; le llaman el muñeco, el instrumento, mi «menos es nada» e, incluso, lo tratan como un amigo, como un colega al que saludan cuando se miran al espejo (¡hello, Willy!), y con quien no siempre se actúa a dúo sino que también se le recrimina cuando deja quedar mal en momentos importantes, pero es que cuando el hombre panica, su muñeco también lo hace y se encoge indefectiblemente, porque no deja de ser cierto que los varones no siempre controlan a su amigo del alma. Desde luego que no teniendo esta absurda actitud de tratarlo como eso, como una marioneta, casi dándole vida propia e independiente. Sé bien que, en la mayoría de los casos, ésta es una actitud bromista y guasona y que nunca llega a afectar psicológicamente a su portador. A las mujeres ni se nos pasa por la cabeza adoptar una posición similar, sería hasta incluso… ¿cómo diría? ordinario, vulgar, cosa que en ellos no deja tampoco de serlo. En cualquier caso, ¿quién es quien para decir nada en cuanto al tratamiento que hombres y mujeres le den a sus órganos sexuales?
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