Bruselas
Portugal vota el cambio
Las elecciones legislativas de Portugal han sido uno de los últimos episodios de la lenta agonía de los gobiernos socialistas en Europa y, sobre todo, de sus fracasadas políticas contra la crisis. España y Grecia se quedarán como representantes de un socialismo europeo mayoritariamente censurado y reprobado por la ciudadanía. Después del colapso financiero del país heleno, Portugal ha sido el paradigma más cercano a España de las consecuencias de una gestión cimentada en el gasto y el déficit hasta extremos insoportables. Los adelantados comicios de ayer fueron el desenlace ineludible de un deterioro agudo de las finanzas lusas y de la debilidad política de una administración socialista en minoría que no pudo o no supo afrontar los compromisos de ajuste con Bruselas, que debía alejar al país del rescate. Tras el paso por las urnas, nuestros vecinos se enfrentan a uno de sus periodos más críticos, con un alto nivel de exigencia. Los grandes partidos portugueses respaldaron un compromiso con la «troika», formada por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, para desarrollar el programa económico más duro que se recuerda en Portugal como condición indispensable para librar el socorro financiero de 78.000 millones de euros. El plan acordado establece severas medidas de saneamiento financiero, privatizaciones y ajustes del sector público. La más polémica es la reforma laboral, en la que la «troika» exigió reducir las indemnizaciones por rescisión de nuevos contratos indefinidos de 30 días a 10 por año trabajado. Las recetas socialistas son responsables directas de este colapso en las cuentas públicas, que presentan hoy un déficit del 9,1% del PIB y una deuda del 92,4% del PIB. Con una economía en recesión como está previsto para los dos próximos años, el desempleo del 12,4% no mejorará, como tampoco la quiebra de las empresas (1.700 en lo que va de año) o el endeudamiento doméstico, por no hablar de la situación de los dos millones de pobres con que cuenta el país. Lo que se viene encima de la sociedad lusa se traducirá en un ajuste dramático en los ingresos anuales de los hogares. Es un hecho ineludible. La izquierda portuguesa ha pretendido pasar por esta situación como si la responsabilidad fuera ajena, en una estrategia que nos recuerda milimétricamente a la actitud de los socialistas en nuestro país. Para el primer ministro, José Sócrates, después de seis años en el poder, fueron otros los que condujeron a Portugal a la intervención, y en ese discurso ha cimentado buena parte de su campaña electoral. El candidato del principal partido de la oposición de centro-derecha, Pedro Passos Coelho, junto al conservador Paulo Portas, del CDS, está comprometido con el proceso de reformas intensas que los socialistas no fueron capaces de llevar adelante. Tras los comicios, el reto es exigente y urgente. El segundo tramo del rescate del FMI y la UE, que debe llegar en agosto, está condicionado a una serie de medidas que no se podrán demorar. Portugal es un espejo en el que mirarse para entender que la alternancia política en España no debería esperar diez meses más como desean el Gobierno y el PSOE.
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